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Actualizado: 16 de octubre de 2025


Quiso huir; pero se detuvo sobrecogida, porque en la cercana tienda del rey sonaron gritos y juramentos y fuerte choque de armas. Varios hombres salieron de allí luchando, y una voz dijo: «muera el tirano,» y otras exclamaron: «¡han asesinado al reyEn efecto, así era: el héroe victorioso había sido sacrificado por sus ambiciosos generales, ávidos de repartirse el botín y apoderarse del reino.

Mis temores no fueron vanos, pues aún no estaba fuera la mitad de la tripulación cuando un sordo rumor de alarma y pavor resonó en nuestro navío. «¡Que nos vamos a pique!... ¡a las lanchas, a las lanchas!», exclamaron algunos, mientras dominados todos por el instinto de conservación, corrían hacia la borda, buscando con ávidos ojos las lanchas que volvían.

Pero, duquesa, ¿cómo tiene usted valor de presentarse sin diadema? exclamó S. M. en el colmo de la estupefacción. ¡Ah! ¡La diadema, es verdad! exclamaron a su vez todas las damas de la corte. Póngase usted la diadema inmediatamente prorrumpió con energía la augusta persona. Araceli se disculpó diciendo que estaba guardada en la caja de hierro de su papá, pero no le valieron excusas.

Pero uno de ellos le agarró los brazos con sus zarpas, y de un violento tirón, le hizo enseñar las manos. ¡No tié callos! exclamaron con lúgubre alegría. Y se hicieron un paso atrás, como para caer sobre él con mayor ímpetu. Pero les detuvo la serenidad del joven. No tengo callos, ¿y qué? Pero soy un trabajador como vosotros.

Pero si esto continúa, los austriacos estarán aquí antes de que tengamos un jefe. ¡, , Hullin! exclamaron Labarbe, Divès, Jerónimo y otros varios . ¡Vamos a votar en pro o en contra! Entonces Marcos Divès, encaramándose en los troncos, exclamó con voz de trueno: ¡Los que no quieran a Juan Claudio Hullin por jefe que levanten la mano! Ni una sola mano se levantó.

¡Capitán! exclamaron algunos de los oficiales al verle dirigirse hacia la estatua como fuera de , extraviada la vista y con pasos inseguros... ¿qué locura vais á hacer? ¡Basta de broma y dejad en paz á los muertos!

Van-Stael, que iba delante de todos, había metido un pie en agua. ¡Luz! dijo. Lu-Hang, que iba el último, subió a cubierta, entró en la cámara de popa y volvió con una linterna encendida. ¡La bodega está inundada! exclamaron Hans y Cornelio, poniéndose pálidos.

¡Eh! exclamaron todos. Pero hablemos muy bajo, porque como por todas partes hay espiones, no se puede uno fiar de su camisa. Dicen que lo de las estocadas que tal han puesto á don Rodrigo, tiene su intríngulis. ¿Su qué?... Su misterio, señores, su misterio. Dicen que esas estocadas han venido de lo alto. ¿De que alto? De palacio. ¡Ah!

¡Tío!... exclamaron los dos jóvenes en tono de reproche. Pero pronto seréis verdaderos marinos ¡qué diablo! No se improvisan en un día los lobos de mar. Es cierto. ¡Eh, Van-Horn! gobierna hacia aquella punta. ¿La ves? gritó el comandante.

Ya sabe usted que viraba mal, y que todas las maniobras se hacían en él muy difícilmente. Veo que usted se asusta por poca cosa, caballerito prosiguió Malespina . ¿Qué son 100 varas? Aún podrían construirse barcos mucho mayores. Y he de advertir a ustedes que yo los construiría de hierro. ¡De hierro! exclamaron los dos oyentes sin poder contener la risa.

Palabra del Dia

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