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Actualizado: 16 de junio de 2025


Melchor puso todo sobre la mesa y con absoluta calma, sin apuro, casi displicentemente, desató el pequeño estuche que abrió y, sin detenerse a contemplarlo, lo mostró a Lorenzo y Ricardo que exclamaron: ¡Qué maravilla!... ¡Qué buen gusto!...

Esta relación de las altas jerarquías que servía la aguja de doña Rosalía, le dió cierta importancia á los ojos de María de la Paz Jesús. Yo vivo allá arriba y he visto... ¿Pero ustedes no han caído en ello? ¿En qué? En ese hombre que ha entrado aquí. ¿Qué hombre? ¿qué dice? exclamaron á una las dos ruinas en el tono del que siente estallar un volcán.

Felipe se quedó parado y tieso como un poste al ver que Alberto le apuntaba. ¿Qué va usted a hacer? exclamaron corriendo hacia él, el procurador y el conde de Mengis. Pero no tuvieron tiempo de impedir que disparara. Sonó el tiro y el sombrero de Felipe rodó sobre la hierba, con un agujero en el mismo sitio en que lo tenía, el de Alberto, horadado, como sabemos, por la bala de Felipe.

Pero otro miguelete tuvo tiempo de mudar la dirección del arma, y el tiro se perdió en el aire. ¡Está loco! ¡Manuel se ha vuelto loco! ¡Un miguelete ha perdido el juicio! exclamaron sucesivamente los mil espectadores de aquella escena.

Marchaban en tal estado de agitación que los esposos se detuvieron sorprendidos y recelosos. ¡Vicenta! Las domésticas tuvieron el paso, y al verles, el miedo y el dolor se pintó en sus semblantes. ¡Ay, señoritos del alma! exclamaron casi a un tiempo las dos. ¿Qué ocurre? preguntó Mario petrificado de terror. ¿El niño?... ¿un coche?... gritó Carlota sacudiendo a la niñera por el brazo.

¡Qué es eso de bárbaros! exclamaron con furia los que más cerca estaban, volviéndose hacia los amigos con tanto interés, que hasta el mismo Calleja dejó la ciencia por salir en defensa de la Corporación. ¿Qué es eso de bárbaros, caballeriles? ¿Quiénes son esos pelandingues? dijo uno. Este es el aragonés que nos rezó el rosario esta noche. ¡Qué modo de hablar!

¡Mi tía Isabel! dijo Flores con la navaja levantada. ¡Y el pescador Pablo! exclamaron los otros. Señora decía el niño , le juro por el alma de mi padre que yo he visto hace dos horas la tartana de las velas rojas fondeada cerca de Conil. La señora Isabel hizo un gesto que hubiera tenido toda su significación y toda su eficacia, sin el marino que se interpuso prudentemente entre los dos campeones.

Los dos primeros no le acertaron, pero dieron en el tubo, y el tercero rompió la botella en mil pedazos. Supuse que con aquello se daría por satisfecho, pero siguió disparando contra el tubo hasta vaciar su arma, el último de cuyos proyectiles me rozó los cabellos. ¡Ah del puente! gritó una voz con gran regocijo mío. ¡Un momento! exclamaron Ruperto y De Gautet, echando a correr.

«¡Oh santo Allah! las ansias exclamaron del postrado Jucef: ¡Oh Dios sombrío! y en sus ojos las lágrimas brotaron, y por su blanca barba resbalaron cual trasparentes gotas de rocío. ¿Por qué su maldicion? Pasan los años, pero no pasan nunca las memorias, que en la conciencia ennegrecida encienden siniestra luz entre la oscura sombra.

Se embarcó en el mismo buque que nosotros, para La Habana. ¡Qué mudado estaba, y cuán desgraciado era! ¡Estoy seguro de que no le habríais conocido; pero siempre tan suave, tan condescendiente, tan bueno! Poco tiempo después de nuestra llegada, murió de la fiebre amarilla. ¿Murió? exclamaron a un tiempo la marquesa y su hija. ¡Pobre, pobre Stein! dijo la condesa.

Palabra del Dia

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