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Sus auras la galana primavera perfumará en la magia de tu encanto difundiendo en el monte y la ladera en lánguida cadencia y hechicera, el suspiro ardoroso de tu canto. Y en las veladas del invierno frio, en el hogar, alcázar del contento, zumbando fuera el huracan bravío, yo gozaré tu amor, el amor mio, junto á la alegre llama del sarmiento.

Las muchachas, los brazos en alto, golpeaban el mármol con sus menudos pies, arremolinándose las faldas y el pañolón en torno de su cuerpo gentil, movido por el ritmo de las «sevillanas». Destapábanse a docenas las botellas de ricos vinos andaluces; circulaban de mano en mano las cañas de ardiente Jerez, de bravío Montilla y de manzanilla de Sanlúcar, pálida y perfumada.

Allí, desde la mañana hasta la tarde, exceptuada una hora al medio día, se escuchaba continuamente el ruido múltiple y monótono formado por los mazos y las martillinas al chocar con las piezas de cantería: el sol lo iluminaba todo, lanzando acá y allá las sombras rectangulares e intensas de los tinglados de estera bajo que se resguardaban los peones, y a ratos de entre aquel rudo concierto que forman el hierro hiriendo, la piedra partiéndose y el eco resonando, se alzaba el canto bravío y triste de una copla medio ahogada por el zumbido del trabajo como un suspiro entre las penas de la vida.

La dama volvió a leer la carta y comprendió entonces una sola cosa; pero una cosa para ella inverosímil, que vino a despertar en su ánimo el movimiento de ira, de sorpresa, de rabia desesperada que causa al potro bravío el primer espolazo que desgarra sus ijares, el primer serretazo que le hace detener su voluntariosa carrera, anunciándole que hay alguien que puede, y quiere, y debe sujetarle y humillarle... ¡Comprendió que por primera vez en su vida le cerraban una puerta, y que era el que se la cerraba un hombre desconocido, un pobre fraile, un Pedro Fernández!... ¡La fuentecilla que corría allí al lado murmurando llegó a los oídos de Currita como el eco de la sarcástica carcajada que había de soltar el mundo al verla vencida por Pedro Fernández!...

Sentíase después acosada por bravío tumulto de arpegios, escalas cromáticas e imitaciones, y se la oía descender a pasos de gigante, huir, descoyuntarse y hacerse pedazos... Creyérase que todo iba a concluir; pero un soplo de reacción atravesaba la escala entera del piano; los fragmentos dispersos se juntaban, se reconocían, como se reconocían, como se reconocerán y juntarán los huesos de un mismo esqueleto en el juicio final, y la idea se presentaba de nuevo triunfante como cosa resucitada y redimida.

Lo agreste y bravío del panorama que teníamos á la vista nos había tenido á todos largo tiempo en suspenso, contemplando las obras de Dios, á quien con nuestro silencio elevábamos un canto de admiración, viendo en aquellos momentos en la majestad divina, no al Dios que premia y castiga, sino al Dios artista que crea y combina maravillas elaboradas en los misterios impenetrables de las absolutas y supremas bellezas.

Allí, en las filas, aprendí a leer y a escribir, supe lo que era orden y limpieza, me enseñaron a respetar y a exigir que me respetaran, y bajo el ojo vigilante de los jefes y oficiales se operó la transformación del gaucho bravío y montaraz. ¡Ah! ¡Qué día, aquel feliz, en que después de cuatro años de rudo aprendizaje tuve en mi brazo la escuadra de cabo de la Compañía!

Pero un muchacho, sacando medio cuerpo fuera de la valla, respondió desde abajo, alzando los puños: ¡No! ¡No! ¡Al fuego y a cenar con el Demonio! Entonces nueva explosión de odio santo y homicida estalló en todas las gargantas: ¡Al fuego! ¡al fuego! Y los condenados comenzaron a desfilar entre un clamor sibilante y bravío comparable a la crepitación de un incendio.

Encarnación aprobaba estas afirmaciones con rudos gestos de su rostro hermosote y bravío, contenta de poder expresarse contra aquel hermano que le inspiraba cierta envidia por su buena fortuna. ; siempre había sido un sinvergüenza. Pero la madre protestaba. Eso no; que yo conozco a la niña, y su probe mare fue compañera mía en la Fábrica.

Entonces los artesanos se salían y marchaban un poco más lejos a bailar con aquellas que, desdeñadas por los caballeros, o de temperamento más bravio, los seguían, arrojando miradas torvas de desafío al coro principal. Ni se crea que faltaba tampoco aquella tarde el baile de sociedad.