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No tenía un pedazo de tierra libre del peso de una hipoteca; las rentas apenas si daban para los réditos, y hasta la misma casa en que ella vivía era una finca que producía poco, por culpa de su vanidad. Cuando al quedar viuda te pusiste en mis manos, vivías en una de las dos habitaciones del piso segundo y tenías alquilado este principal. Un duro diario es una gran cosa, y más en tu situación.

¡Amásteis á mi madre! La amé... ¡oh! , como yo podía amar á una mujer que había conocido amando á otro, con toda mi caridad, y cuando digo con toda mi caridad, digo con todo mi corazón; la amé... ¡oh! , mucho, mucho... pero era un amor que no me inquietaba... porque nada quería... más que proteger á tu madre... consolarla, y protegiéndola y consolándola, y viéndola vuelta hacia como su único consuelo... mi amor recibía toda la recompensa que podía recibir... y al mismo tiempo... aquel amor puro, tranquilo... aquel cuidado de una pobre enferma, me alentaba... me reconciliaba con la vida... cuando perdí á tu madre, me encontré solo... salí del panteón con el corazón oprimido... por el momento no pensé en nada... pero luego... el frío de las noches de invierno, la lluvia, refrescan la sangre, y cuando la sangre que arde se refresca, el pensamiento se calma y la razón sobreviene... pensé y vi que no estaba solo en el mundo... que vivías ... que te habías quedado sola en tu cuna... tenía una hija... una hija de quien Dios me encargaba... y yo no tenía dinero... no esperaba tenerlo en mucho tiempo, porque había empeñado mi soldada por mucho tiempo... para enterrar á tu madre.

Y la musa que vela en tu sepulcro En medio de la negra tempestad, Aun hace estremecer tu dulce lira Agitando sus alas al pasar. Como una flor purísima y hermosa Nacida en estancado cenegal, Así vivias , genio sublime, En medio de este páramo glacial; Y cual se eleva del pantano infecto De su perfume grata suavidad, Así tu acento se elevaba puro A la mansion de la eternal bondad. ¡Pobre poeta!

Pantaleón me ha advertido el otro día que hacía tres meses que vivías con nosotros y que aún no habías contribuido con nada a los gastos de la casa... Una ola de carmín inundó repentinamente las mejillas de Mario. La vergüenza le impidió al pronto articular palabra.

EVARISTA. ¿Y ya mayorcita, cuando vivías en Hendaya... también...? ELECTRA. Los primeros años nada más. Jugaba yo entonces con muñecas vivas: los pequeñuelos de mi prima Rosaura, niño y niña, que no se separaban de : me adoraban, y yo a ellos. De noche, en la soledad de mi alcoba, los niños dormiditos, aquí ellos... yo aquí. EVARISTA. ¡Oh! no sigas, por Dios.

Gabriel, corrí a la Moncloa, me acerqué a los grupos en que eran reconocidos los cadáveres, y anduve de un lado para otro esperando encontrarte entre aquellos que, abandonados hasta en tan triste ocasión, no tenían quien formara a su alrededor concierto de llantos y exclamaciones... Al fin encontré al sacerdote; pero no estabas a su lado, pues unas mujeres compasivas, habiendo notado que vivías, te habían llevado a un paraje próximo para prodigarte algunos cuidados.

Despídete de mi boca de rosas, y de mis ojitos como las estrellas del cielo... Y luego has de hacer todo lo que yo te mande: volverte a Madrid, y vivir en tu casita como antes vivías. Si casar migo, ... Si no casar, no. ¿Comes o no comes?

lo debes de saber... bien cerca vivías. Mujer, yo no hablo por todos repuso Teresa amainando por el temor de que su díscola compañera le sacase a relucir el acompañamiento nocturno de Donato Rojo, el médico de la Sanidad, sólo digo que los hay muy brutos... Bueno, pues déjalos en paz y no te acuerdes de ellos, que ellos tampoco se acuerdan de ti.

Tenía curiosidad de saber cómo vivías y me pedía le explicara lo que era la existencia de un soldado, de un verdadero soldado que cumple con su deber. Es extraordinaria la reunión de recuerdos que tiene lugar en mi mente desde que me has dicho eso. Mil pequeños incidentes se agrupan, se acercan... Anteayer, a las tres, volvió del Havre, una hora después estaba aquí, hablándome de ti.