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Movida por estas consideraciones, que se discutieron entre las de más autoridad y consejo, la priora, abadesa, o lo que fuese, mandó llamar a Valeria, y suavemente, con gran dulzura, le dijo que la situación era insostenible; que habían consultado con el señor obispo; que éste no resolvía sus dudas; que la responsabilidad del convento era tremenda; que allí había un misterio indescifrable; que no podían continuar así, y otras muchas cosas, todas las cuales venían a compendiarse en estas horribles frases: «Hija mía, lo sentimos mucho... Profesar no puedes por carecer de dote; seguir aquí tampoco, por falta de otros requisitos... Nosotras todas te encomendaremos al Señor en nuestras oraciones, pero en el colegio es imposible que sigas.

Quedose ante el asilado sin saber qué decir, sonriéndole con sus ojos de bovina mansedumbre, con su fiero mostacho de veterano, y al fin le acarició la nuca con una manaza dura, en la que el yeso marcaba con entrecruzados filamentos las escamas de la piel. Que sigas siendo bueno dijo con voz fosca y lenta que parecía salir de lo más profundo de su vientre . Que no disgustes a tu pobre madre.

En fin, una noche sintió Anselmo pasos en el aposento de Leonela, y, queriendo entrar a ver quién los daba, sintió que le detenían la puerta, cosa que le puso más voluntad de abrirla; y tanta fuerza hizo, que la abrió, y entró dentro a tiempo que vio que un hombre saltaba por la ventana a la calle; y, acudiendo con presteza a alcanzarle o conocerle, no pudo conseguir lo uno ni lo otro, porque Leonela se abrazó con él, diciéndole: »-Sosiégate, señor mío, y no te alborotes, ni sigas al que de aquí saltó; es cosa mía, y tanto, que es mi esposo.

Pero yo no quiero que mueras, grandísimo majadero. Yo te ordeno que sigas viviendo, y debes obedecerme... Imagínate que soy tu padre... Tu padre no, porque murió siendo niño... Hazte cuenta que soy tu madre, tu vieja mamá, á la que tanto quieres, y que te dice: «Obedece á tu amigo, que es lo mismo que si me obedecieses á

¡, madre del alma! ¿No nos dejó tu pobre padre muertos de hambre y con el agua al cuello, todo embargado, todo perdido? , señora, ... y eternamente yo.... Déjate de eternidades... yo no quiero palabras, quiero que sigas creyéndome a ; yo lo que hago. predicas, alucinas al mundo con tus buenas palabras y buenas formas... yo sigo mi juego.

Nunca podría aconsejarte bastante cuán necesario es para ti que sigas este curso... Por otra parte, voy a quedarme un instante con la señora Terpsy; deseo interrogarla acerca de los resultados obtenidos. Las dos mujeres se marchan. El profesor entra en el saloncito, donde Terpsy se le une, apenas ida su última discípula. Señora: ¡dispense usted mi curiosidad...! Ignoraba si debía...

CIPIÓN. Quiero decir que la sigas de golpe, sin que la hagas que parezca pulpo, según la vas añadiendo colas. BERGANZA. Habla con propiedad; que no se llaman colas las del pulpo.

Te dejo este bolsillo, igualmente que mis gracias, no hay que rehusarle ... esta recompensa te es debida ... no me sigas ... conozco mi camino, no tengo que atravesar los senderos peligrosos de la montana; lo repito otra vez, no quiero que se me siga.

No sigas, Pepe dijo el doctor. Adivino lo que piensas. Soy un cursi. Conozco la frase: es un magnífico pararrayos para desviar el odio que instintivamente sienten todos contra esos hombres. Es cursi hablar mal de los jesuítas, afirmar que constituyen un peligro.

CIPIÓN. ¿Al murmurar llamas filosofar? ¡Así va ello! Canoniza, canoniza, Berganza, a la maldita plaga de la murmuración, y dale el nombre que quisieres; que ella dará a nosotros el de cínicos, que quiere decir perros murmuradores; y por tu vida que calles ya y sigas tu historia. BERGANZA. ¿Cómo la tengo de seguir si callo?