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Me comparo entonces a cierto aprendiz de mago de una antigua leyenda, que se propuso evocar y llamar a a un ser etéreo, a una sílfide, a una diosa beatificante, y equivocó las fórmulas, los procedimientos y los conjuros, y suscitó un vestiglo que cayó sobre él, le derribó por tierra y le pisoteó el cuerpo y el alma.

Se diría que cuando la Reforma parecía que iba á extenderse como voraz incendio por todo el mundo civilizado, y ya que no á extinguir á empequeñecer la cristiandad católica, Dios suscitó para ésta un campeón poderoso, cuyas huestes combatieron sin descanso la herejía y la vencieron á menudo en Europa, mientras que al mismo tiempo extendían la fe católica por el resto del mundo, ganando para ella más almas en países remotos y en inexploradas regiones que las que en Europa había perdido por culpa de Lutero y de los otros heresiarcas del siglo XVI.

Recuerda si en alguna ocasión te aconteció ser testigo presencial de cómo ese mismo objeto, la Rúa Ruera, suscitó duplicidad de imágenes e impresiones en dos observadores de genio contradictorio; y ahora amalgama aquellas imágenes e impresiones.

Mientras se estaba haciendo la obra, se suscitó una acalorada disputa entre los arquitectos respecto del punto hácia el cual debia mirar la quibla, con objeto de colocar el nuevo mihrab ó santuario donde debiese estar realmente.

Hace ya no pocos lustros, durante mi noviciado como pupilo de casa de huéspedes, entablé pronta amistad con otro pensionista, estudiante de medicina, quien primero suscitó mi curiosidad hacia los misterios hipocráticos y luego me inició en ellos. Con él asistí a un parto, en San Carlos. Hay dos espectáculos que el hombre debe presenciar alguna vez: uno es la salida del sol; otro es un parto.

La rigidez del gobernador Velasco suscitó en 1820 la primera pendencia entre los indígenas y la autoridad. Injustamente quejoso este gobernador, del cacique de San-Pedro, llamado Marasa, lo hizo venir á su presencia y le mandó deponer el baston, distintivo del poder. Négose á ello el cacique, alegando que Dios le habia conferido aquel privilegio.

En la primera forma, "el santo terror del infierno" cubrió de iglesias, conventos y ermitas el Asia Menor, el Egipto y la Europa; en la segunda, originó las cruzadas y las órdenes de caballería religiosa, engendró la Inquisición y los Jesuitas; en fin, suscitó las guerras intercristianas, en las que los perseguidos por los mismos demonios, se perseguían a matarse, por su fe en diferentes preservativos, marcando el momento en que la imbecilidad religiosa llega al clímax en el cristianismo: porque éste se ha reducido al mínimum y el diabolismo ha llegado al máximum.

Dígaseme si Juno no estaba bien industriada en todo ello, cuando para encender en deseos frenéticos el corazón de Júpiter, se puso el cinturón de Venus y subió a la cumbre del Gárgaro. Onfale hizo hilar a Hércules; Dalila cortó a Sansón los cabellos y Elena suscitó una guerra espantosa que duró diez años.

57. Pero aquí que se suscitó entre ellos mismos una viva contienda. Las compañias de tres pueblos altercaban, que solo los Miguelistas habian llegado á hablar con los Portugueses; que solo ellos tenian las conferencias entre ; y los Portugueses, que ultimamente se gastaba el tiempo, y no se echaba ó obligaba al enemigo á retirarse, con otras mil cosas de que se quejaban: y por tanto se disponian á volverse, para quedarse en sus pueblos. Mientras así convertian con calor su negocio en diferencias, llegó á tiempo D. Nicolas Nenguirú, sugeto principal del pueblo de la Concepcion, el cual habia sido elegido Capitan General de comun consentimiento: este hizo nacer la esperanza de concordia, y parecia que tomaba fuerza. Como hasta el 21 estuviesen discordes, determinaron la invasion hasta el dia 22, lo que no habiendo puesto en egecucion, un cierto capitan llamado Felipe, se fué otra vez á llamar

Ramiro reconoció al Conde de Fuensalida por el ceñido traje de gorgorán bordado de oro, que semejaba de lejos damasquinada armadura. La plebe les miraba absorta y enmudecida, y no se escuchaba otro rumor que el de los cascos sobre las piedras. Hubiérase dicho un desfile de animadas estatuas ecuestres y funerarias. La llegada de los primeros penitenciados suscitó de nuevo el vocerío popular.