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Se quejaban de Fontenoy, al que habían alabado hasta pocas horas antes para que les proporcionase nuevos sueldos. Algunos le llamaban ya «bandido». Los hubo que, necesitando atacar á alguien para justificarse, insinuaron sus primeras protestas contra Torrebianca. Usted ha dicho en sus informes que los negocios eran magníficos.

Mis compañeros de viage se quejaban con mucha razon, y solamente el ejemplo de mi resignacion y mi constante cooperacion á sus trabajos podian darles el ánimo suficiente para seguir adelante.

Su casa no era un templo, ni mucho menos. Habitaba en un cuarto piso de un barrio extremo. ¿Por modestia? ¿Por coquetería? No se sabe. Las pobres gentes de su barrio no se quejaban de tal vecindad; él, por su parte, las cuidaba con tanta solicitud, que algunas veces olvidaba el portamonedas a la cabecera de su cama.

57. Pero aquí que se suscitó entre ellos mismos una viva contienda. Las compañias de tres pueblos altercaban, que solo los Miguelistas habian llegado á hablar con los Portugueses; que solo ellos tenian las conferencias entre ; y los Portugueses, que ultimamente se gastaba el tiempo, y no se echaba ó obligaba al enemigo á retirarse, con otras mil cosas de que se quejaban: y por tanto se disponian á volverse, para quedarse en sus pueblos. Mientras así convertian con calor su negocio en diferencias, llegó á tiempo D. Nicolas Nenguirú, sugeto principal del pueblo de la Concepcion, el cual habia sido elegido Capitan General de comun consentimiento: este hizo nacer la esperanza de concordia, y parecia que tomaba fuerza. Como hasta el 21 estuviesen discordes, determinaron la invasion hasta el dia 22, lo que no habiendo puesto en egecucion, un cierto capitan llamado Felipe, se fué otra vez á llamar

Unos verdaderos sibaritas los tales viñadores; ¿y aún se quejaban y exigían reformas amenazando con la huelga?... En el Caballista, los que eran propietarios de las viñas mostrábanse enternecidos por repentina piedad, y hablaban de los gañanes de los cortijos. ¡Aquellos pobrecitos que eran merecedores de mejor suerte!

Al pie del farol, recorría los diarios de la tarde, espiando la aparición, del lado del río, de la luz verde, azul o roja del vehículo; el frío y la humedad le incomodaban, e impaciente por la tardanza, se paseaba por el atrio solitario, como galán que espera: el rumor inmenso de la ciudad se había apagado, las luces palidecían en medio de la neblina, las vidrieras de los escaparates sudaban de frío, las palmeras tísicas de la plaza se quejaban... Andando, míster Robert pasó la esquina de Reconquista y llegó hasta la Bolsa, en su afán de salir al encuentro del tranvía, creyendo así alcanzarle más pronto.

Al disminuir el número de hombres en las calles, la población femenina parecía haber aumentado. Las gentes se quejaban de escasez de dinero; los Bancos seguían cerrados para el pago. En cambio, la muchedumbre sentía una necesidad de gastos extraordinarios para acaparar víveres. El recuerdo del 70, con las crueles escaseces del sitio, atormentaba las imaginaciones.

El mar gruñía; sonaban estridentes silbidos de los pajarracos de la noche; las gaviotas se quejaban con un lamento de niños martirizados. ¿Qué harían a aquellas horas sus amigos?... ¿Qué dirían en los cafés del Borne?... ¿Quién de ellos estaría en el Casino?... Por la mañana estos recuerdos le hacían sonreír con gesto lastimero.

Viendo los turcos que todos sus desiños les salían en vano, comenzaron á desmayar y á perder la esperanza que tenían de ganar el fuerte, y el Bajá se quiso levantar de sobre él é irse con Dios, y estaba descontento de Dragut porque le había hecho desembarcar la gente, y los jenízaros estaban medio amotinados contra él porque mataban dellos cada día; y viendo Dragut tan enojado el Bajá y á los jenízaros y soldados que estaban mal contentos y se quejaban dél, les dijo que tuviesen buen ánimo y se sufriesen porque él había hecho las cisternas que estaban en el castillo y sabía bien cuánta agua podía caber dentro dellas y cuánto tiempo podía durar, y que sin pelear ni dar el asalto ni perder un hombre más, quería tomar el fuerte y prender á los cristianos en menos de quince días, y cuando no, que el gran Turco le hiciese cortar la cabeza.

Los turcos tenían aviso ya de lo que padecían, y así por apretallos más, á los 8 de junio, al alba, el Bajá había mandado poner en orden todos los esquifes del armada y algunas fragatas armadas y barquillas con esmeriles y mosquetes y banderetas, con 2.500 turcos, y así vinieron á la vuelta de las galeras, y Dragut envió por tierra otros 4.000 turcos y moros, porque en aquella sazón menguaba el agua, y así dieron el combate á las galeras por un gran rato, sin poder llegar á ellas, porque estaban muy bien proveídas de soldados franceses, italianos y españoles, los cuales las defendieron muy valientemente, y mataron é hirieron más de 400 turcos, entre los cuales fueron muertos más de 25 á 30 capitanes de galeras y arraezes, como ellos se quejaban y decían públicamente.