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«No basta escribía , ¡oh mi Dios!, que yo me confiese contigo. ¿Qué tinieblas no penetras con tu claridad? ¿En qué abismo no se hunde tu mirada? lo sabes todo. Nada tengo que decirte. Sólo debo pedirte perdón. Pero el peso de este misterio de mi alma me abruma, mientras sin tomar forma, sin revestirse de la palabra, vive en mi centro, conociéndole solo.

Exaltado por estas cavilaciones, se decidió don Paco a ir a ver a su hija, a explicarle con franqueza y lealtad lo que había pasado y a pedirle cuentas de su maligna conducta. De mucho valor tenía que revestirse para atreverse a dar aquel paso.

Subió á su habitación, para revestirse con la levita de los desafíos. Había llegado el momento de oficiar. Quedó indeciso ante el espejo, apreciando la falta de concordancia entre esta prenda majestuosa y el sombrero hongo que le servía de remate. ¡Ah, la guerra!

En el curso de una larga conversación que tuvimos y por el tono en que se expresó, eché de ver que el pobre chico estaba perdidamente enamorado de la muchacha. Suspiró y prometiome revestirse de valor para llevar el asunto a una crisis.

Nadie lo esperaba, pero fué proclamado, miéntras que aun estaba durmiendo Zadig. Volvióse Astarte á Babilonia atónita y desesperada. Casi vacío estaba todo el anfiteatro quando despertó Zadig, y buscando sus armas se encontró con las verdes en su lugar. Vióse precisado á revestirse de ellas, no teniendo otra cosa de que echar mano. Armase atónito, indignado y enfurecido, y sale con este arreo.

Si iba a revestirse para decir misa, se encontraba la mayor parte de los días con el armario de las vestiduras cerrado: había que esperar a que D. Narciso llegase para pedirle la llave. Se prescindía de él en las funciones cuando era posible: no le convidaban a los gaudeamus que celebraban. Finalmente, le vejaban de todas las formas y maneras que se les ofrecía. Y no dejaban de ser bastantes.

Don Roque Simón era el nombre del escribano, y aunque en un principio tenía escasa fortuna, tomó un Oficio, y apenas se vió con él, supo darse tales trazas, empleó tales manejos y se metió con gente de tal calaña, que llegó pronto á revestirse por de una autoridad con la cual llevó á cabo los más desatinados desmanes.

Mas Cándida, con aquella autoridad de que sabía revestirse en toda ocasión grave, mandó despejar una de las claraboyas para que tomaran libre posesión de ella las niñas de Tellería, Lantigua y Bringas. ¡Demontre de señora! Amenazó con poner en la calle a toda la gente forastera si no se la obedecía. Curioso espectáculo era el del Salón de Columnas visto desde el techo.

Y sintió un gran deseo de ella también encantarlo. Cierta maravillosa inspiración, a veces, movía sus actitudes y dictaba sus palabras; le parecía convertirse en un ser más perfecto, más ideal, difundir de misma una gracia nueva, plegarse su persona completamente al secreto ensueño de Julio; y tenía la sensación de revestirse, para él, con un pasajero pero incontrastable hechizo de milagro.

El joven concejal llegó al domicilio de su adorada en un estado de relativa tranquilidad. En cuanto a sus propósitos íntimos, sólo podemos decir que iba determinado a revestirse de un gran aspecto de dignidad y a oponer abierta resistencia a las tendencias invasoras de la niña de Calderón.