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Además allá comían a la francesa, aunque doña Rufina solía cambiar las horas y comer a la que se le antojaba. De todas suertes, los días de Paquito Vegallana no solían celebrarlos con gaudeamus, ni él estaba invitado ni... con todo... dejó aquella visita para última hora. Y ¿por qué había de preferir la mesa de los marqueses a la de Páez, no menos espléndida?

Si iba a revestirse para decir misa, se encontraba la mayor parte de los días con el armario de las vestiduras cerrado: había que esperar a que D. Narciso llegase para pedirle la llave. Se prescindía de él en las funciones cuando era posible: no le convidaban a los gaudeamus que celebraban. Finalmente, le vejaban de todas las formas y maneras que se les ofrecía. Y no dejaban de ser bastantes.

Sin embargo, aunque se prometió no verse en otra; pocas horas después, en el Casino, donde le recibieron con muestras de simpatía y de júbilo, ofrecía solemnemente volver a las andadas, acudir a los gaudeamus mensuales en que se daría cuenta de los trabajos de la sociedad innominada que había fundado inter-pocula.

Será el reinado del Espíritu Santo, o sea del amor puro, sin disciplinas ya, sin abstinencias, sin cilicios y sin duelos y quebrantos, sino todo deleite, holgorio e incesante gaudeamus. El estilo del Sr. Gener, lleno de lirismo, aunque escribe en prosa, produce en el lector no pocas dudas. ¿Hasta qué punto quiere el Sr.

Paco el Marquesito, que como buen aristócrata se creía obligado a ser religioso en la forma por lo menos, se opuso al principio a los proyectos de Foja y Orgaz, pero considerando que su amigo, su ídolo Mesía deseaba tener allí al otro para que le ayudara a desacreditar al Provisor, y considerando que iban a divertirse de veras en el gaudeamus de la noche, falló que debía ayudar y ayudaba a los enemigos del Magistral y se agregó a la comisión que fue a buscar a don Pompeyo.

Estando en esto, el ventero, que estaba a la puerta de la venta, dijo: -Esta que viene es una hermosa tropa de huéspedes: si ellos paran aquí, gaudeamus tenemos. ¿Qué gente es? -dijo Cardenio.

Con esto, don Narciso era el comensal obligado en todas las fiestas y gaudeamus de la sociedad elegante de Peñascosa: comía vorazmente, y de ello hacía alarde, bebía al mismo tenor, y cuando llegaban los postres, nunca dejaba de brindar con alguna coplita que resultaba casi siempre sucia.

Cuando D. Jaime «estaba en fondoslos gaudeamus se sucedían en el colegio; variedad de postres, vino de Jerez y hasta se improvisaba una que otra merendeta en el campo: D. Jaime era muy aficionado a pintar paisajes, muy malos, eso , pero que no por eso dejaban de ser celebrados por discípulos y profesores.

Hubo gaudeamus, ¿verdad? preguntó por lo bajo. D. Joaquín negó descaradamente. Unos tras otros fueron llegando Consejero, Cándida, D.ª Filomena, el P. Melchor, Marcelina y, en suma, casi todos los tertulianos habituales. Formáronse pronto los grupos de siempre, se disgregaron los elementos de aquella sociedad, operándose en ella el fenómeno químico de las afinidades electivas.

Los alemanes bailan el vals voluptuoso y alegre, o con el bock en la mano entonan el Gaudeamus igitur, el himno estudiantil a la gloria de la vida material, libre de cuidados. El francés canta entre carcajadas espontáneas y danza con los miembros sueltos, saludando con una risotada sus posturas de una fantasía simiesca.