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Todo será que se nos antoje. Ven, holgazán, dormilón, marmota. Conducía al desván empinadísima escalera, y no era el sitio muy oscuro, pues recibía luz de tres grandes claraboyas, pero bastante bajo; don Pedro no podía estar allí de pie, y las chicas, al menor descuido, se pegaban coscorrones en la cabeza contra la armazón del techo.

Después fue a tomar un libro que tenía en la mesa de noche de su cuarto y vino hacia la ventana a ver si podía leer. Aun no había suficiente claridad. Posó el libro sobre una silla y se acercó de nuevo a la ventana, apoyando la frente sobre los cristales. El cielo iba agrandando sus claraboyas por la parte de El Moral sin infundir vida ni alegría sobre la tierra.

En cambio, las flores de la alfombra, que se ve en lo profundo, tomaríanse por miniaturas. Multitud de personas de todas clases, habitantes en la ciudad, acudieron tempranito a coger puesto en las claraboyas del Salón de Columnas para ver la comida de los pobres.

Mas Cándida, con aquella autoridad de que sabía revestirse en toda ocasión grave, mandó despejar una de las claraboyas para que tomaran libre posesión de ella las niñas de Tellería, Lantigua y Bringas. ¡Demontre de señora! Amenazó con poner en la calle a toda la gente forastera si no se la obedecía. Curioso espectáculo era el del Salón de Columnas visto desde el techo.

Los hilos bajan a la casilla del telegrafista, y si se acerca usted oirá un chirrido semejante al de los huevos en aceite: algo así como si el empleado friese los despachos antes de servirlos al público... Y todas esas cajas enormes de cristales deslustrados, esas cúpulas alambradas, son claraboyas que dan luz a salones y escaleras.

En efecto, grandes formas piramidales forradas de plomo nos indicaban las grandes techumbres en cuya superficie inferior hacen volatines los angelones de Bayeu. A lo mejor, andando siempre, nos encontrábamos en un espacio cerrado que recibía la luz de claraboyas abiertas en el techo, y teníamos que regresar en busca de salida.

La cabeza de la señorita de Porhoet se había desplomado súbitamente hacia atrás, su mirada estaba fija, resplandeciente y dirigida al cielo, sus labios se entreabrieron, y como si hablara en sueños: Dios dijo Dios, la veo... allá arriba... ... el coro... las claraboyas... la luz por todas partes... Dos ángeles de rodillas ante la Majestad... con albos ropajes... sus alas se agitan.

No pudiendo esta capilla recibir luz directa del esterior por tener detrás el ala occidental del Mihrab, que ocupaban las habitaciones de los Ulemas y otros ministros del culto islamita, y el pasadizo secreto del Califa, se le dió por la pared del norte luz del templo, abriendo en ella, ademas de su puerta ojival, dos lindos ajimeces y dos pequeñas claraboyas.

Había llegado por fin el día de satisfacer su anhelo. Dentro de una hora estaría en aquel coro misterioso que tanto le había hecho soñar, y cruzaría con su flotante túnica al través de los rayos tibios de luz de las altas claraboyas. Sentía impaciencia por que el momento llegase. Estaba nerviosa, inquieta, pero risueña. Nunca se encontró más satisfecha de misma.

Poco más tarde lograron ver algo de la hermosa ceremonia de dar la comida a los pobres después del lavatorio. Hay en el ala meridional de la terraza unas grandes claraboyas de cristales, protegidos por redes de alambre. Corresponden a la escalera principal, al Salón de Guardias y al de Columnas.