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Cuando llegó éste a las once, le siguió hasta su cuarto y, después de cerrar la puerta, le dijo de repente: Papá, no te he dicho la verdad... Cuando me hallasteis con el excusador acababa de arrojarse sobre , estando en la cama. Me resistí, luchamos, y al fin quedé desmayada en sus brazos. El jorobado dio un grito de rabia. ¡Ah puerco! ¡Bien lo presumía yo!

Resistí, lloré, sollocé... pero ¡en vano! Era yo una chiquitina de siete años, y, sin embargo, comprendí lo que pasaba: que no volvería a ver a mi madre. Lloraba yo y mis lágrimas eran lágrimas de inmenso dolor. Mi madre se moría; no había de verme más. Me llevaron a la casa cural.

Mi amor es ya antiguo murmuraba al oído de Rafael. ¿Crees que sólo te quiero desde la otra noche? Te adoro desde hace mucho tiempo, mucho... ¡Pero no vaya usted a ponerse por esto orgulloso, señorito mío!... No como comenzó: creo que fue cuando estabas en Madrid. Al verte de nuevo comprendí que estaba perdida. Si me resistí, es porque estaba en mi sana razón; porque veía claro.

7 Antes por el contrario, como vieron que el Evangelio de la incircuncisión me era encargado, como a Pedro el de la circuncisión, 11 Pero viniendo Pedro a Antioquía, le resistí en la cara, porque era de condenar. 13 Y a su disimulación consentían también los otros judíos; de tal manera que aun Bernabé fue también llevado de ellos en su hipocresía. En ninguna manera.

En , la verdad de las cosas lúgubres, contenida, emborrachada día tras día, comenzó a vengarse, y ya no tuve más nervios retorcidos que echar por delante a las horribles alucinaciones que me asediaban. Hice entonces esfuerzos inauditos para arrojar fuera el demonio, sin resultado. Por tres veces resistí un mes a la cocaína, un mes entero. Y caía otra vez.

Apenas subido al trono el rey nuestro señor, me había nombrado su confesor; el papel que traía el superior en la mano, era una carta en que el mismo duque de Lerma me daba la noticia. Yo resistí... ¡Que resistísteis! ¡bah! de un confesor del rey sale un obispo, y de un obispo un arzobispo, y de un arzobispo un papa.

Quiero mucho á aquella dama me dijo ; quiero ir á casa de aquella dama... y yo resistí, porque aunque yo no era asustadizo, me asusté... me asusté porque vi á dónde me llevaría la necesidad de halagar á su alteza para no perder su favor... y me vi obligado á ceder... hizo el diablo que el príncipe viese otras dos veces en el mismo coliseo á doña Ana, y ya fué imposible resistir á su voluntad... me hubiera arrojado de , si me hubiese negado.

Ella vive en la calle de la Pasión, ignoro el número; es en una casita vieja, muy baja, de revoque amarillo, con un zapatero en el portal, y que hace esquina a la Ribera de Curtidores. Yo también me resistí a creerlo; pero tuve que rendirme a la evidencia. ¿De modo que le ha visto Vd. entrar allí con ella o ir a buscarla? , señorita; varias veces.

Te das con noble entusiasmo. Creo que, de conocernos en la primera juventud, no me habrías abandonado para ser rico casándote con otra... Me resistí á ser tuya porque te amaba y no quería hacerte daño... Después, el mandato de mis superiores y mi pasión me hicieron olvidar estos escrúpulos... Me entregué; fuí la «mujer fatal» de siempre: te traje desgracia... ¡Ulises! ¡amor mío!... Olvidemos: de nada sirve recordar el pasado.

¿Qué os dice? interrumpió la viuda, que escuchaba palpitante las palabras que recogía de los labios del culpable. Le resistí, me negué; pero ella me rogó, me suplicó, regó mis manos con sus lágrimas, y tanto hizo que hubiera ablandado el corazón más insensible. Después me amenazaba con su venganza e iba a echarme a la calle. Si, por el contrario, consentía en ayudarla, prometía enriquecerme.