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¿Acaso no está ya definitivamente perdida para ? replicó él, con la mirada fija hacia adelante. ¿Qué te dijo hoy? ¿Para qué repetirlo? Sus palabras eran sabias, sensatas; tan sabias, tan sensatas, que no podía ser sino el lenguaje de una persona que ya no ama. ¿Y lo crees realmente? pregunté. ¿No estoy obligado a creerlo? Y luego, en fin, ¡qué importa!

Cuando yo muera, tendrás más, algo más que ese huerto de Alcira; no quedarás en medio de la calle, como tu mamá, tus hermanas y el perdis de Rafaelito.... Pero vuelvo a repetirlo: no quiero que te roben. Además, no tomes tan a pecho eso de la ruina de tu madre. Ella vive en la trampa como en su propio elemento, y ya sabrá salir de este apuro como de otro.

Al formular la acusación no había pensado que lo que iba a decir al magistrado llegaría un día a ser conocido por la multitud; que él mismo tendría que repetirlo en presencia de un gentío henchido de curiosidad malsana: que el nombre del ser amado correría de boca en boca, que la demostración de la inocencia de su amor no obtendría crédito; que después de haber causado en vida tantas tristezas a su amada, contribuiría personalmente a envilecer su recuerdo.

Yo, aunque sea repetirlo por tercera ó cuarta vez, no voy contra los catorce sonetos, sino contra la mala teoría estética que, nublando el claro entendimiento de usted, se los ha inspirado. Yo reparo, tal vez por demás, en el pro y en el contra de cuanto digo, y nada afirmo con aquella decisión que se impone. De aquí que me acusen de escéptico.

Todas las que habían recogido algo en el suelo ó en el aire corrieron á exponerlo á una carta ó á un número. Lubimoff saboreaba este recuerdo como un triunfo. Podría repetirlo siempre que quisiera; estaba seguro de ello. Reconocía que, al final, todos los jugadores acaban perdiendo, y él no se tenía por un ser de excepción.

Los novios, al separarse, cambiaron un beso tan puro y apasionado, que el eco pudo repetirlo en los vecinos peñascos. La frágil Duquesa y la cínica madre Shipton estaban, probablemente, demasiado asombradas para burlarse de esta última prueba de candor, y se dirigieron sin decir palabra hacia la cabaña.

La interrumpió Gillespie con una voz que para él era casi un susurro: Lo , profesor; el hombre se llama Ra-Ra.... ¡Más bajo, gentleman! dijo el traductor . Ese nombre no le conviene á nadie repetirlo en los presentes momentos. Digamos «él» simplemente, y nos entenderemos lo mismo. ¿Cómo le ha conocido usted?

No nos cansaremos de repetirlo mientras nos quede un destello de esperanza: preferimos esta desagradable tarea á tener un día que decir á la Madre Patria: «España, hemos empleado nuestra juventud á servir tus intereses en los intereses de nuestro país; nos hemos dirigido á ti, hemos gastado toda la luz de nuestras inteligencias, todo el ardor y el entusiasmo de nuestro corazón para trabajar por el bien de lo que era tuyo, para recabar de ti una mirada de amor, una política liberal que nos asegure la paz de nuestra patria y tu dominio sobre unas adictas pero desgraciadas islas!

El prodigio ha resultado inútil decía amargamente . Habrá que repetirlo; habrá que empezar otra vez, después de cuatro años de guerra. Con el bombardeo de París se había acrecentado muchísimo en unas semanas la población de la Costa Azul. Los trenes llegaban desbordantes de fugitivos.

Yo creo dijo Maltrana que si el curioso Diablo Cojuelo, que levantaba los tejados de los edificios, pudiera mostrarnos lo que encubren las tapas de esos cráneos, leeríamos en todos ellos lo mismo: «Buenos Aires... Buenos Aires». Así es... ¡Qué poder de ilusión tiene este nombre!... Todos, al repetirlo, ven la ciudad-esperanza, la tierra del bienestar, la Sión moderna.