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A los dos años vivía en la ciudad como un personaje y afirmaba riendo que «no se dejaría colgar» por ochenta mil duros. Después, siempre hacia arriba, su fortuna llegó a una altura loca. Las gentes, asombradas, se decían al oído con cierto respeto supersticioso los miles de duros que ganaba en limpio al final de cada campaña.

Las mujeres le miraban asombradas; los hombres retrocedían, formando ancho corro en torno de él, que prorrumpió en juramentos, agitando sus manos como si fuera a cerrar a golpes con toda la chusma. Le enfurecía el silencio de aquella gente, como si estuviera ante una tripulación insubordinada. ¿Desde cuándo el capitán Llovet no encuentra en su pueblo hombres que le sigan al mar?

¿Qué se haría doña Andrea, con tantas hijas, dos de ellas ya crecidas; con el hijo en España, aunque ya el noble mozo había prohibido, aun suponiendo a su padre vivo, que le enviasen dinero? ¿qué se haría con sus hijas pequeñas, que eran, las tres, por lo modestas y unidas, la gala del colegio; con Leonor, la última flor de sus entrañas, la que las gentes detenían en la calle para mirarla a su placer, asombradas de su hermosura? ¿qué se haría doña Andrea?

La viudita tiene un golpe de erudición que nos deja asombradas a Petrona y a . «Sáenz Peña sabía que el hombre reina y la mujer gobierna, como dice Ponson du Terrail». Si Eleuterio me hubiera hecho caso afirma Petrona, siempre atenta al positivismo político otro gallo nos cantara; pero se fue con los cívicos y... ¿qué iba a hacer con los cívicos?

¡Si ellos volviesen! añadió Tchernoff con un gesto de inquietud . ¡Si pisasen de nuevo estas losas!... La otra vez eran unas pobres gentes, asombradas de su rápida fortuna, que pasaron por aquí como un rústico por un salón. Se contentaron con dinero para el bolsillo y dos provincias que perpetuasen el recuerdo de su victoria... Pero ahora no serán soldados únicamente los que marchen contra París.

Tal vez no habían conocido a sus madres, y esto era mil veces peor que tener una aunque fuese como la suya. Olvidó repentinamente todas las precauciones de su carácter económico, y dejó el puñado de pesetas que llevaba en el chaleco en aquellas manecitas, que, asombradas y faltas de costumbre, no sabían cómo oprimir la lluvia de plata.

Después del regocijo provocado por su presencia, las amazonas quedaron como asombradas de la conducta impúdica del coloso. ¡Era un hombre!... ¡Y este hombre, en vez de huir con el recato propio de su sexo, osaba permanecer allí, contemplando á todo un batallón desnudo!... Ningún varón de sus familias hubiese hecho esto.

Semejantes á los fragmentos de un planeta lejano que hicieran desembarcar en la tierra á habitantes de otros mundos, esas rocas caídas de la cumbre también sirven de vehículo á colonias de plantas. Asombradas las pobrecillas de respirar otra atmósfera, de encontrarse en otras condiciones de frío y de calor, de sequedad y de humedad, de sombra y de luz, procuran aclimatarse en su nueva patria.

Vírgenes de ojos desmesuradamente abiertos, como asombradas de haber nacido, con los labios azules y las encías de ese rosa pálido que revela la miseria de la sangre. El pelo triste y sin brillo asomaba alborotado bajo el pañuelo, guardando en sus marañas briznas de paja y granos de tierra.

Pero este, tan sereno cual si se oyese nombrar en los términos más lisonjeros, me dirigió con gravedad las siguientes palabras: Caballero, el carácter de usted y la viveza y espontaneidad de sus contradicciones y réplicas, me seducen de tal manera, que me siento inclinado hacia usted, no ya por la simpatía, sino por un afecto profundo. Amaranta y doña Flora no estaban menos asombradas que yo.