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Sáenz Peña se ocupó siempre mucho de las señoras. Mi familia por parte de padre dice Petrona siempre fue roquista; pero yo, últimamente, me hice roquera. Y así logré meter a Bernadito, a mi yerno, en la diplomacia. En cuanto le hablé, una noche en el Colón, «concedido, concedido», me dijo; «recuérdemelo, Indalecio» añadió, dirigiéndose al doctor Gómez, que también es muy fino.

Petrona, por supuesto, no estará en la sala, ni ese es el baile que debía dar el niño Pedro Real; pero ella estará donde la pueda ver su niñita Ana, y mandarle todo lo que necesite, porque «ella baila con ver bailar, y lo que hace no lo hace por servicio, sino porque ha cobrado mucha afición». Ya está tan contenta como si fuese la señora.

Me han sugerido estas pequeñas disquisiciones sobre la psicología de los secretos dos cartas que he recibido de mis amigas Rosalía y Petrona. Recordarán mis lectoras la carta de Rosalía desde «Los Carpinchos», contándome su vida y milagros.

Como se ha visto, corre entre nosotros gran peligro el sacramento instituido o iniciado en el Jordán por aquel santo varón, giróvago fluvial, que perdió la cabeza por el raro capricho de la bailarina Salomé. Las bondadosas gentes que hacen a mis escritos la merced de sus ojos recordarán la causa del enojo de Petrona.

Lo primero es lo primero. Y él fué revolucionario, contribuyendo con su sangre... Creo que exageras, Petrona. Bueno; si no fué con su sangre, porque tuvo la suerte de no caer herido, contribuyó con sus tiros al éxito de ahora. Y esto, unido a su talento y a lo mucho que sabe, son títulos suficientes para... en fin, hija, por algo le señala todo el mundo para Agricultura.

Yo no le dejaba; lloré, supliqué. Pero él, con esa gravedad tan suya, me dijo: «Primero está el deber, Petrona». Siempre ha sido lo más esclavo del deber. Y se fué. Sufrí un síncope, y, cuando se me pasó, la figura de mi novio se me agigantó en el espíritu con proporciones napoleónicas. El amor es un cristal de aumento. Luego Eleuterio abandonó el partido.

La madre se marchaba tranquila, viendo asegurado el porvenir del pequeño; porque aquel hombre pródigo en violencias también lo era en generosidades. Al final no le faltaría á su hijo un pedazo de tierra y un buen hato de ovejas. Estas adopciones provocaron al principio una rebeldía de Misiá Petrona, la única que se permitió en toda su existencia. Pero el centauro la impuso un silencio de terror.

En cambio es resueltamente afirmativo al sostener que no se deben vender ni exportar las vacas, que constituyen «la gallina de los huevos de oro». Este extracto que hago aquí de las fundamentales ideas del marido de Petrona basta para demostrar que no podía estar en mejores manos el tesoro agrario del país.

Adela, , había trabado amistades con una gruesa india que tenía ciertos privilegios en la casa de la finca, y vivía en otra cercana, donde pasaba Adela buena parte del día, platicando de las costumbres de aquella gente con la resuelta Petrona Revolorio: «y no crea la señorita que le converso por servicio, sino porque le he cobrado afición». Era mujer robusta y de muy buen andar, aunque esto lo hacía sobre unos pies tan pequeños que no había modo de que Petrona llegara a ver a «sus niños» sin que le pidieran que los enseñase, lo cual ella hacía como quien no lo quiere hacer, sobre todo cuando estaba delante el niño Pedro.

Verdad es que Petrona, con esos humos aristocráticos que tiene, la ha perjudicado más que nadie. Todo le parecía poco. Y ella misma, la misma Pepa, creía que por ser hermana de un ministro, iba a calzar con un Anchorena, como dice Del Campo en el «Fausto». Ilusiones... Pues bueno: como te digo, los jóvenes no la atendían, no la sacaban a bailar.