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El médico notó su gesto involuntario, y con una sonrisa dijo: Vive, , vive; y lleva contigo este signo ante los ojos de hombres y mujeres, ante los ojos de aquel á quien llamaste tu marido, ante los ojos de esa niñita. Y para que puedas vivir, toma esta medicina.

Un día, al inclinarse ésta sobre la cuna, las miradas de la niñita se fijaron en el brillo del bordado de oro que cercaba la letra, y extendiendo las manecitas trató de asirla, sonriendo sin duda, aunque con una extraña expresión que hizo que su rostro pareciera el de un niño de mucha más edad.

La niñita lloraba sin consuelo y no podía desprenderse del turpial, que tenía apretado contra el seno, como queriendo darle su vida... Yo me paseaba como un imbécil en el puente, renegando contra mismo y mi estúpido sentimentalismo que me hacía pasar un mal rato por la muerte de un turpial, cuando anualmente me absorbía un sinnúmero de aves, muertas para mi uso particular, con la más perfecta tranquilidad de conciencia.

Presentó la taza á Ester, que la recibió mirándole con fijeza de una manera lenta y seria; no precisamente con una mirada de temor, sino llena de dudas, como interrogándole acerca de lo que podrían ser sus propósitos, y al mismo tiempo dirigió también una mirada á la niñita dormida. He pensado en la muerte, dijo, la he deseado, hasta hubiera rogado por ella, si pudiera rogar por algo.

Mire, mi niñita: no le traigo de esos jazminotes blancos, porque los de acá huelen muy fuerte; pero aquí le pongo, en este vaso azul, esos jazmines de San Juan, que acá se dan todo el año y huelen muy bien de noche.

Uno de estos marinos, el capitán seguramente, que había hablado con Ester, se quedó tan prendado del aspecto de Perla, que intentó asirla para besarla; pero viendo que eso era tan imposible como atrapar un colibrí en el aire, tomó la cadena de oro que adornaba su sombrero, y se la arrojó á la niñita.

Pero en la educación de su hija, la osadía de sus pensamientos había abatido en gran parte su entusiasta vuelo. En la persona de su niñita, la Providencia le había asignado á Ester la tarea de hacer que germinaran y florecieran, en medio de grandes dificultades, los más dignos atributos de la mujer.

No fue poco trabajo por la mañana reunir todos los elementos de viaje, desde las mulas a los indios portadores. Pero no nos dábamos prisa, porque habíamos resuelto hacer ese día una jornada corta, para dar descanso a las señoras y a los niños. No me olvidaré de una niñita de 7 años, de Panamá, que un caballero llevaba a Bogotá para entregarla a sus padres.

Petrona, por supuesto, no estará en la sala, ni ese es el baile que debía dar el niño Pedro Real; pero ella estará donde la pueda ver su niñita Ana, y mandarle todo lo que necesite, porque «ella baila con ver bailar, y lo que hace no lo hace por servicio, sino porque ha cobrado mucha afición». Ya está tan contenta como si fuese la señora.

La sirvienta pensaba con razón, que el señor podía haber notado su ausencia, que la niñita podía haber llorado, que Blanca podía haber regresado del club; pero el negro, rumboso al fin, como todos los de su clase, quería concluir la noche con una cena en un café de la vecindad y porfiaba por retener a su mascarita.