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Pero, aunque llegase alguien a convencerme de que cualquiera de estos novelistas de ahora valía más que Cervantes, aún no me convencería yo de que la superioridad consistía en el ejercicio o en el empleo de un arte más exquisito y profundo, sino en que a Zola, pongamos por caso, le había dado Dios más inteligencia, más estro, más inventiva y más profundidad de ideas y de sentimientos que a Miguel de Cervantes, por donde éste se había limitado a escribir cosillas de mero pasatiempo, sin penetrar más allá de la corteza y de la epidermis, mientras que Zola se hunde como buzo espiritual en las más obscuras reconditeces del ser humano, sacando de allí a la clara luz del día secretos misteriosos, nunca revelados antes.

Su inefable dulzura, la sumisión con que recibía los consejos y advertencias, le sedujo y le inquietó al mismo tiempo: le inquietó porque desconfiaba mucho de si mismo, temía no acertar a comprender los anhelos ardientes, las reconditeces sublimes de un ser superior a todos los que hasta entonces había conocido.

Y doña Luz notaba que D. Jaime, sin ser vulgar, tenía el arte de hacerse comprender de los que lo eran, y que con sus discursos nadie se quedaba en ayunas, como con las reconditeces y los encumbramientos del Padre, el cual no dejó de asistir a todo esto, pero muy eclipsado y confundido entre la turba multa. En los apartes, D. Jaime hizo mil cumplimientos a doña Luz.

En esto habían venido a parar aquellas largas disertaciones acerca del amor, el ideal, los presentimientos y otras reconditeces psíquicas que le había oído, aunque sin comprenderlas, cuando iba a comer a casa; en casarse con un elefante.

Ariadna, que no poseía plano del Laberinto, no se empeñó en manifestar a Teseo sus reconditeces y revueltas, con lo cual le hubiera calentado el cerebro sin la menor ventaja, sino que le dio el hilo para que se guiase por él y saliese airoso de aquella aventura, diciéndole probablemente: Dios te la depare buena.

Mucho discurrió Bonifacio, pero no logró dar en el quid de que su mujer, dándose por medio difunta, tuviera aquellas reconditeces nada despreciables, aunque pálidas y de una suavidad que, al acercar la piel a la condición del raso, la separaba de ciertas cualidades de la materia viva.

No es nada, no es nada... muchas gracias... Me pasa esto con frecuencia. D. Primitivo sacó de las reconditeces de su faltriquera un vaso de metal y corrió á un charco que estaba próximo. Cuando llegó con el vaso lleno, el joven estaba ya de pie y hablaba serenamente con el conde.

Nadie lo sabrá nunca: lo cierto es que aquella idea le fue labrando surco en el pensamiento y acabó por arraigar en él de tal suerte, que se enseñoreó de su voluntad, y la puso por obra. ¿Quién dirá si Valeria llegó por gratitud a la locura, o a la suma piedad por la noción del deber? Aquel la juzgue que sepa bucear en las reconditeces del alma.

Rezó primero el Padre Nuestro, luego el Credo después muchas Salves y Ave Marías, cuanto aprendió de niña sin saber lo que significaba, y por último, buscando en las reconditeces de su alma acentos propios, inspirados en la magnitud de su desventura; dijo alzando los ojos y clavándolos en la estampa: «¡Señor! ¡Piedad, misericordia! ¡Que no se mueran estos niños! ¡Pan, nada más que pan!» Y dejando caer la cabeza sobre el asiento de una silla que tenía delante, permaneció en oración largo rato, hasta que el marido la llamó desde el jergón que les servía de cama, diciendo: Ven, hija, ven y trae cualquier cosa para arroparnos, que aquí no se puede parar de frío.

Temíamos que la forma autobiográfica y subjetiva, la forma de Memorias, perjudicase al fácil caudal de un ingenio tan exterior y tan objetivo y tan poco amigo de reconditeces psicológicas.