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Por los callejones transversales, obscuros y solitarios, venían bocanadas de brisa primaveral cargada de perfumes de jardín, de olor de naranjo, de aroma de las flores alineadas en tiestos tras rejas y balcones. Blanqueaba el azul del cielo con la caricia de la luna, que se desperezaba sobre el plumón de las nubes, avanzando el rostro entre dos aleros.

Las nubes, sólidas como murallas al caer la tarde, se habían esponjado hasta convertirse en montones sueltos de transparente plumón, por cuyos intersticios asomaban los astros. El mar batía con sus últimos estremecimientos los costados del buque. Iba adormeciéndose según avanzaba la noche.

Eran algo mayores que pichones, casi del tamaño de gallinas, con la cabeza de un amarillo dorado en la parte inferior y verde oro en la superior; el dorso era castaño con reflejos también dorados, la cola rizada, de tonos multicolores, lo mismo que las alas, de debajo de las cuales les salían como una especie de borlas de fino plumón amarillo pálido con reflejos plateados.

Era un árbol un ficopisocarpo de cuyas ramas pendían, en vez de frutas, unos pájaros extrañísimos del tamaño de pollos, de alas membranosas, con el cuerpo vestido de un plumón castaño de reflejos rojizos. Estaban agarrados a las ramas por las patas, tenían las alas abiertas y extendidas y parecían adormilados. Habría sobre doscientos.

Oigo el roce de las plumas, el ahuecamiento del plumón con el viento fuerte, y hasta el crujido de la minúscula osamenta, rendida de cansancio. Después, nada. La noche, las profundas tinieblas, siguiendo a la escasa claridad del día, que sobre las aguas ha quedado retrasada. De repente advierto un estremecimiento, una especie de molestia nerviosa, como si hubiese alguien detrás de .

Cloqueaban las gallinas, cantaba el gallo, saltaban los conejos por las sinuosidades de un gran montón de leña tierna, y vigilados por los dos hijos pequeños de Teresa, flotaban los ánades en la vecina acequia y correteaban las manadas de polluelos por los rastrojos, piando incesantemente, moviendo sus cuerpecillos sonrosados, cubiertos apenas de fino plumón.

Pese al Tiempo que roe y a la Envidia que seca, y a los odios terrenos que al olvido condenan fraternales abrazos, en el noble plumón de las águilas blancas hay el sello latino de una estirpe por algo elegida, que ni es Roma ni es Grecia; ni es Cartago ni es Nínive, es Iberia... y es Dios!

A lo lejos, en las altas colinas, los árboles del bosque dejan entrever á través del follaje y de las ramas, ya rojizas por los capullos y la savia, algo agradable á la vista como el plumón de las aves: es la nieve tamizada que pudre los brezos y helechos bajo los grandes árboles.

La vegetación silvestre, rumiada de continuo por las cabras y los carneros, crece allí fina y dorada como el raro plumón que el viento siembra y también él derriba en las yermas y escabrosas rocas de los Alpes.

¡Ser padre! ¡Contemplar una prolongación de su vida, un desdoble de su personalidad, un testimonio de la propia existencia, que, años después de morir él, afirmaría el paso por el mundo de un hombre llamado Maltrana!... Aquella carnecita blanca y suave como el plumón era suya: había en ella algo de su ser y de aquella otra carne ¡ay! despedazada que había desaparecido para siempre en el misterio de la tierra.