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Y así, en vez de diluvio, había enviado en su tiempo una enfermedad contagiosa que hacía grandes estragos y sobre la cual escribió Fracastoro un elegante poema latino dedicado al cardenal Bembo.

¿De verdad que no has nacido aquí?... Entonces tienes razón; no puedo pegarte. Toma cinco pesos. Cuando Desnoyers entró en la estancia, Madariaga empezaba á perder la cuenta de los que estaban bajo su potestad á uso latino antiguo y podían recibir sus golpes. Eran tantos, que incurría en frecuentes confusiones. El francés admiró el ojo experto de su patrón para los negocios.

Margalida y su madre miraron a la puerta con cierto miedo. «¿Quién podría ser? ¡A aquellas horas, en aquella noche, en la soledad de Can Mallorquí!...¿Le habría ocurrido algo al señor?...» Pep, despertado por estos golpes, se incorporó en su asiento. «¡Avant qui sigaInvitaba a entrar con una majestad de padre de familia al uso latino, señor absoluto de su casa. La puerta sólo estaba entornada.

La palabra raquero viene del verbo raquear; y éste, á su vez, aunque con enérgica protesta de mi tipo, del latino rapio, is, que significa tomar lo ajeno contra la voluntad de su dueño.

En este pasaje pudo echar de ver don Antonio de Valbuena que, contra lo que, sin duda ofuscado, defendió en algún periódico, huésped, como hospes latino, significa, y así lo advierte Covarrubias, tanto el forastero que viene a nuestra casa, o a nuestro pueblo, como el mesonero o el que tiene casa de posadas. En el cap.

Desdo allí se pasa á otras estancias espaciosas con su gran chimenea, que conservan un enmaderado particular, como lo observará cualquiera que las visite. En el friso del artesonado de las tres salas de afuera que acabo de describir, se halla repetido el letrero latino que antes he trasladado literalmente. Significado del lema de la empresa

Yo haré relacion de lo que he visto. Al dia siguiente de mi llegada á la capital de Francia, fuíme al Cuartel Latino á visitar dos casas célebres: la que habitó últimamente Robespierre y aquella en que vivia Marat cuando la heróica Carlota Corday libró á la humanidad de tan furibundo demagogo.

Pasó el Lacio, pasó el pueblo latino; pero queda una sombra de aquello; queda una huella que no se borra, un alma que no muere, una ceniza que no se enfria, un sepulcro que no se cierra; queda un cadáver que no se consume; sobre el polvo, sobre las ruinas, sobre la soledad y el silencio de los cadáveres que se extinguieron, queda un cadáver que no se extingue, que no se extinguirá, mientras que la tierra sienta el calor de las plantas del hombre: pasó el pueblo latino; pero nos queda la latinidad.

El mostacho, el tuzado cabello y la aguda barba cabría comenzaban a encanecer; pero las cejas conservábanse retintas, como dos plumas de tordo. Su pellejo era pálido, su mirada áspera, su gesto macho y soberbioso. Adivinábasele, desde lejos, la cólera fácil. No era muy docto; pero nunca faltaba en sus discursos uno que otro texto latino sobre la decadencia de las repúblicas.

No era el beso frente a frente que él había saboreado en otras mujeres, y que llamaba «beso latino». No era tampoco la caricia arrogante de arriba a abajo que había conocido en el camarote de Maud, beso de domadora, egoísta y avasallador, oprimiéndole la cabeza entre las manos crispadas para mantenerle en amorosa sumisión.