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Pues bien; preguntándole un día a Mendoza cierto punto que no traía el libro, Miguel, que estaba a su lado, le dijo rápidamente al oído: «Di que no lo trae el textumenEl infeliz, que estaba atortolado, lo repitió sin fijarse, y..... ¡aquí fue ella! D. Juan, pensando que uno y otro se burlaban de él, les dio a entrambos una corrida de mojicones que por poco les arde el pelo.

Matriculado, cuando niño, en una banda de pilluelos de barrio, sin el freno de la autoridad paterna, porque no tenía padres y no hacía caso de sus hermanos, libre como un pájaro y celoso de su independencia; con el sucio pantalón doblado sobre la rodilla y la camisa desteñida asomando por los fondillos, un sombrero agujereado sobre la rubia cabeza, recorría las calles de su parroquia, entretenido en jugar a los cobres en la acera, darse de mojicones con los compañeros y decir desvergüenzas a las señoras; no había bautizo en que él no tomara parte, esperando a la comitiva en el atrio de la iglesia para llamar pelao al padrino, ni escándalo callejero en que no estuviera, como espectador de primera fila.

Yo vi luego la letra; saqué ocho reales y díselos y aun estuve por volverle los palos que me había dado; pero por no confesar que los había recibido lo dejé y me fui con ellos, dando las gracias de mi libertad y rescate. Entré en casa con la cara rozada de puros mojicones y las espaldas algo mohínas de los varapalos.

Los feligreses de Peñascosa tuvieron en él un pastor muy semejante a un capitán de bandoleros. Nadie le levantaba el gallo en la población. Los más arduos casos de conciencia solía resolverlos D. Miguel en un instante con media docena de mojicones o de puntapiés bien dirigidos. Que Marcelino, el de Cosme, tenía en cinta a la hija de Laureana la tejedora y no quería casarse con ella.

Otros muchos aguadores que allí venían, como vieron a su compañero tan mal parado, arremetieron a Lope y tuviéronle asido fuertemente, gritando: ¡Justicia, justicia! ¡Que este aguador ha muerto a un hombre! Y a vuelta destas razones y gritos, le molían a mojicones y a palos. Otros acudieron al caído, y vieron que tenía hendida la cabeza y que casi estaba expirando.

El pobre Manuel, avezado a llevar palizas de cabos y sargentos cuando estaba en el servicio y penetrado desde niño del profundo respeto que se debe a los sacerdotes, no se movió y aguardó, escondiendo la cara, la granizada de mojicones y puñadas que el cura le descargó. Hasta que se cansó estuvo aporreando al infeliz criado, dejándole con varios chichones en la cara y las narices ensangrentadas.

Andaba Sancho buscando la cabeza del gigante por todo el suelo, y, como no la hallaba, dijo: -Ya yo que todo lo desta casa es encantamento; que la otra vez, en este mesmo lugar donde ahora me hallo, me dieron muchos mojicones y porrazos, sin saber quién me los daba, y nunca pude ver a nadie; y ahora no parece por aquí esta cabeza que vi cortar por mis mismísimos ojos, y la sangre corría del cuerpo como de una fuente.

Esto pasaba en la puerta de la venta, y en ella andaban las puñadas y mojicones muy en su punto, todo en daño del ventero y en rabia de Maritornes, la ventera y su hija, que se desesperaban de ver la cobardía de don Quijote, y de lo mal que lo pasaba su marido, señor y padre.

Zapatos, pocos, y esos muy estropeados y risueños, abiertos de boca y endeblillos de suela; ropa blanca, reducida a un jirón, porque, ¿quién les pone cosa sana para que luego se revuelquen en la carretera, y se den de mojicones todo el santo día, y se cojan a la zaga de todos los carruajes, gritando: «¡Tralla, tralla!»?

El ventero tornó a reforzar la voz, pidiendo favor a la Santa Hermandad: de modo que toda la venta era llantos, voces, gritos, confusiones, temores, sobresaltos, desgracias, cuchilladas, mojicones, palos, coces y efusión de sangre.