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Ya imaginaba yo que no venías. ¿Dónde has estado, peal? ¡Cómo te atreves a tardar, haciéndote de pencas, cuando toda la sal de la tierra se está derritiendo por ti y el sol de la hermosura te aguarda! Mientras Antoñona expresaba estas quejas, no estaba parada, sino que iba andando y llevando en pos de , asido siempre del brazo, al colegial atortolado y silencioso.

No refiero aquí, porque estoy de prisa, y no debo ni puedo pararme en dibujos, los primores estupendos, las alhajas rarísimas, los lindos objetos de arte y los cómodos asientos y divanes que había en varias salas por donde iban pasando la dueña y nuestro héroe, que atortolado la seguía.

¡He aquí que ese Cornejo, que ese miserable, ha deducido!... y bien, no importa... eso nada importa, afortunadamente... ¿el nombre de esa comedianta? dijo doña Clara yendo á una mesa, buscando un papel, y tomando una pluma. Dorotea dijo Montiño enteramente atortolado. Dorotea, ¿de qué? No tiene apellido. ¿Es amante de don Rodrigo Calderón? , señora... pero ocultamente...

Dejo de referir aquí, para no pecar de prolijo, los lamentos y quejas de esta dama, las muestras de dolor y de enojo, combinadas con las de piedad, al creerme víctima de un amor desesperado por ella, y los demás extremos que hizo, y a los cuales todo atortolado no sabía yo qué responder ni cómo justificarme. Pero no fue esto lo peor, ni se limitó a tan poco la maldad de la chacha Ramoncica.

El estudiante puso en el plato el otro, que tenia en la mano, diciendo: ¿Y ahora, cuántos hay? El padre volvió á contestar: Dos. Pues entonces replicó el estudiante dos que hay ahora y uno que había, antes, suman tres. Luego son tres huevos los que hay en el plato. El padre se maravilló mucho del saber de su hijo, se quedó atortolado y no atinó á desenredarse del sofisma.

Pues bien; preguntándole un día a Mendoza cierto punto que no traía el libro, Miguel, que estaba a su lado, le dijo rápidamente al oído: «Di que no lo trae el textumenEl infeliz, que estaba atortolado, lo repitió sin fijarse, y..... ¡aquí fue ella! D. Juan, pensando que uno y otro se burlaban de él, les dio a entrambos una corrida de mojicones que por poco les arde el pelo.

Escucha, Juan, escucha dijo Montiño, que estaba atortolado y que había perdido el tino : don Rodrigo Calderón está aquí; luego saldrá por el postigo de la casa del duque; yo te llevaré á ese postigo; debes esperarle; lleva en el bolsillo de su ropilla las cartas que comprometen á la reina. ¡Las cartas que comprometen á la reina! dijo sudando el cocinero mayor , las cartas de la reina.