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¡Mi hija!... ¡grañí de mis entrañas! ¡Qué disgusto nos has dao! La abrazaba, dándola ruidosos besos, y su pobre mujer no lloraba menos, pero era de gozo, viendo terminado por el momento el período de las palizas. La muchacha volvíase a la casa del novio, y allí permanecía hasta la boda, que tardaba seis, ocho o diez meses, mientras los padres reunían dinero para la costosa ceremonia.

Es que yo he escarmentado en cabeza ajena.... Mire usté que tengo una amiga, ¡ay, la infeliz las lágrimas que ella ha llorado, las palizas que la ha dado su padre y la estimación que ha perdido por un pícaro de esos que la engañó!... No, hijo, no: pobre nací, y no quiero ser señora á costa de tantos trabajos. Muy bien pensado. Pero, entretanto, usted no despide á su adorador.

El comprendía nuestro desamor por cuanto constituía sus afectos, y contestaba, instintivamente, odiando al pueblo y a todo lo que era vasco. Nos solía pegar con furia. A me salvó muchas veces de las palizas la recomendación de mi madre de que no me pegara, porque me encontraba todavía enfermo.

Hacía más de un mes que había huido de la calle de los Artistas, sin que el padre pudiese averiguar su paradero. Esta fuga no era la primera. Ya sabía Isidro que varias veces había desaparecido, sin que le corrigiesen las palizas que le propinaba al volver. Tenía piel de perro, según afirmaba el señor José. Ni golpes ni consejos habían servido de nada al padre.

Maltrana y el señor Manolo, oyendo al famoso dañador sus propósitos de no arriesgarse aquella noche, recobraban la tranquilidad. Les había encogido el corazón al oír a aquellas gentes que hablaban de heridas, de palizas y de presidios, como incidentes naturales de su oficio. ¿ estás seguro de que no tropezaremos a los esbirros? preguntó el señor Manolo a su hermano.

Temblaban de miedo al entrar en ciertas gargantas en cuya oscuridad brillaba el fogonazo y silbaba la bala, al no obedecer ellos al ¡boca abajo! de los guardias emboscados. Algunos compañeros habían muerto en estos malos pasos. Además, los enemigos se vengaban de las largas esperas al acecho y de la inquietud que les inspiraban los caballistas, dando tremendas palizas a los de a pie.

Estaba loco: todo aquello eran filosofías alemanas, monsergas confusas que habían inventado los impíos para ocultar su maldad, cuando tan claro y sencillo era creer en Dios y seguir lo que la Iglesia enseña. ¡Ay, si estuviera presente el Padre Paulí, que tan soberanas palizas soltaba desde el púlpito á los filósofos!...

Los vecinos de Animalejos, poco peritos en efemérides histórico-religiosas, decían que la ermita se arruinó en el primer tercio del siglo XVI, con motivo de la guerra de las Comunidades, que tantos desastres causó en Castilla la Vieja, y aun en Castilla la Nueva; pero los vecinos de los pueblos cercanos les daban matraca llamándoles, no se sabe por qué, «los que arcabucearon al Santo»; insulto que sacaba de sus casillas á los animalejeños y daba ocasión á tremendas palizas.

Recordaba ahora con vergüenza su ignorancia española, aquella prosopopeya castellana, mantenida por mentirosas lecturas, que le hacían creer que España era el primer país del mundo, el pueblo más valiente y más noble, y las demás naciones una especie de rebaños tristes, creados por Dios para ser víctimas de la herejía y recibir soberbias palizas cada vez que intentaban medirse con este país privilegiado que come mal y bebe poco, pero tiene los primeros santos y los más grandes capitanes de la cristiandad.

Si algún amigo le hablaba con tono de zumba de las amorosas palizas, contestaba con orgullo: Me pega porque me aprecia, y yo le quiero porque es el único que me entiende. Mi porquero es todo un hombre. Los escándalos de la Marquesita indignaban a muchos y regocijaban a los más.