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Era Maugirón un amigo de la infancia, con el que no había para qué gastar cumplimientos, y Tragomer, seguro de una acogida entusiasta, se puso en camino á eso de las once y media y desde su casa, calle de Rembrandt, bajó á pie hasta el boulevard Malesherbes, donde, casi esquina á la plaza de la Magdalena, vivía Maugirón.

El señor Tragomer, en cambio, estaba como loco y no acertaba á pronunciar palabra. El Señor Maugirón lloraba á lágrima viva. Todos habían perdido la cabeza menos el señor de Sorege que conservaba toda la suya. Me pidió las llaves y estuvo largo rato registrando los cajones del señorito. Pero el comisario de policía había registrado ya y no había nada que encontrar.

La peor de todas, amigo mío. ¡Se casa! Hubo una exclamación general. ¡Oh! Es muy cursi burlarse del matrimonio... Maugirón, tu degeneras. El matrimonio, dijo Marieta, es una institución que se debe conservar como oro en paño. Primero, porque sin él habría una cantidad enorme de solteros. Después, porque los nobles arruinados no sabrían cómo reponerse.

Pero descansaremos en las costas cuando queramos. Seguramente estaremos en los puertos más tiempo que navegando. Y acaso llevemos con nosotros algunos amigos... Yo he pensado en Maugirón. Con él estaríamos seguros de comer bien; él se ocuparía de eso. Entonces, dijo Sorege, si vamos á Niza y á Mónaco, ¿encontraremos á ustedes?

La comida continuaba y en todas las mesas subía poco á poco el tono de las conversaciones. Era la hora benéfica en que los estómagos contentos reparten por todo el ser una especie de beatitud. Maugirón estaba benévolo y no se burlaba de Frecourt. El mismo Sorege, sentado en la mesa grande, bastante lejos de los dos amigos, sonreía, menos enigmático que de costumbre.

Porque él está unido á la familia de Freneuse y porque, como él decía hace un instante, esos sucesos le han hecho sufrir grandemente. Es, pues, equitativo darle hoy ocasión de sacar algún provecho... ¿Y cómo? Eso es lo que me propongo explicarle dentro de un momento... ¡Muy bien! ¡Nos pone en la puerta, por añadidura! Maugirón, te perdono; has encontrado la horma de tu zapato.

¡Estás loco! exclamó Maugirón; lo conoces porque vives entre toda esa gentuza, pero ¿cómo quieres que Tragomer sepa de tu agente de gorgoritos? Puede conocerlo por haberle visto en el círculo. Vino con frecuencia cuando se trató aquí de organizar un espectáculo como si hubiéramos querido hacer competencia á los Menus-Plaisirs.

Que mi secreto corra mañana por las calles, por los salones y por los periódicos. ¡Oh! Aquello fué un grito de reprobacción general y el mismo Maugirón abandonó el partido de Cristián y se pasó al enemigo, gritando más fuerte que todos. ¡Abajo Tragomer! ¡Fuera Tragomer!

Aquella mañana había gran fiesta, como dijo Marieta de Fontenoy cuando al entrar con Lorenza Margillier vió á Tragomer que estaba fumando un cigarrillo en el cuarto de Maugirón. ¿Dónde está el dueño de la casa? dijo Lorenza echando descuidadamente el sombrero en un sofá y besando amablemente á Tragomer. Está poniéndose guapo. Y bien, Marieta, ¿no me dice usted nada?

Se produjo un momento de silencio mientras los convidados probaban un château Iquem que Maugirón les había recomendado y que parecía obtener los sufragios de todos. Tragomer, que ordinariamente no bebía más que agua, dijo al dueño de la casa: En efecto, tu vinillo es bastante bueno... Oye, ayer encontré á Sorege y me pareció muy serio. ¿Le ha ocurrido alguna desgracia?