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Se tapó los ojos con las manos, como si pretendiese defenderlos de crueles visiones, y así se mantuvo algún tiempo. Luego levantó el rostro, para añadir con una ansiedad interrogante: que eres mi único amigo y conociste de cerca mi vida en París, ¿crees que Fontenoy era el amante de mi mujer?... El español hizo otro gesto ambiguo, no sabiendo qué contestar.

Los dos hombres, después de hablar largamente de esta catástrofe, acabaron por sentir cierto optimismo, como todos los que se familiarizan con la desgracia. ¡Quién podía conocer la verdad exacta mientras los asuntos del banquero no fuesen puestos en claro por el juez!... Fontenoy era más iluso que criminal; esto lo reconocían hasta sus mayores enemigos.

Pero, según parece, empiezan á no tenerla; y el día que exijan realidades y no esperanzas, el día que Fontenoy tenga que presentar con claridad la verdadera situación de sus negocios... entonces... Robledo se levantó muy tarde; pero aún pudo admirar el suave esplendor de un día primaveral en pleno invierno. Una neblina ligera saturada de sol extendía su toldo de oro sobre París.

¿Cómo conoció tu mujer á Fontenoy?... Me has dicho que era amigo antiguo de su familia... y eso es todo lo que sabes. Aún se contuvo un momento, pero su cólera le empujó, pudiendo más que su prudencia, que le aconsejaba callar. Las mujeres conocen siempre nuestra historia, y nosotros sólo sabemos de ellas lo que quieren contarnos.

Los Torrebianca se han quedado con el dinero que dió Fontenoy para las verdaderas; ó han vendido las verdaderas, sustituyéndolas con falsificaciones. La mujer acogió con un suspiro el nombre de Fontenoy. Ese hombre está próximo á la ruina. Todos lo dicen. Hasta hay quien habla de tribunales y de cárcel... ¡Qué rusa tan voraz! Sonó una risa incrédula del hombre.

Fontenoy había sido encontrado en su lujosa vivienda tendido en la cama y guardando todavía en la diestra el revólver con que se había dado muerte. Desde el día anterior circulaba por los centros financieros la noticia de su quiebra en condiciones tales que iba á atraer la intervención de la Justicia.

Tengo miedo, Manuel dijo á su camarada . Yo mismo no comprendo ahora cómo firmé esos papeles, sin darme cuenta de su importancia... ¿Quién pudo aconsejarme una fe tan ciega en los negocios de Fontenoy? Robledo sonrió tristemente. Podía darle el nombre de la persona que le había aconsejado; pero consideró inoportuno aumentar con tal revelación el desaliento de su amigo.

El cansancio obligó á Elena repetidas veces á volver á la mesa; pero al poco rato ya estaba llamando con sus ojos al bailarín, que acudía oportunamente. Torrebianca no ocultó su disgusto al verla con este mozo antipático. Fontenoy permanecía impasible ó sonreía distraídamente durante los breves momentos que Elena empleaba en descansar.

Aquella mañana había gran fiesta, como dijo Marieta de Fontenoy cuando al entrar con Lorenza Margillier vió á Tragomer que estaba fumando un cigarrillo en el cuarto de Maugirón. ¿Dónde está el dueño de la casa? dijo Lorenza echando descuidadamente el sombrero en un sofá y besando amablemente á Tragomer. Está poniéndose guapo. Y bien, Marieta, ¿no me dice usted nada?

Pero se arrepintió al fijarse en el rostro de Federico, procurando justificar su tono agresivo. Tu Elena es... la culpable en gran parte de la situación en que ahora te encuentras. Ella te hizo conocer á Fontenoy, ¿No es así?... Por ella firmaste documentos que representan tu deshonra profesional. Federico bajó la cabeza; pero el otro todavía quiso insistir en su agresividad.