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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Lorenza es encantadora, pero si aceptase su proposición, no me perdonaría el haberla hecho dejar á Maugirón y éste me guardaría rencor por habérsela quitado. No arriesgaré, pues, esta doble pérdida. Si me habéis visto un momento pensativo es que reflexionaba sobre lo que acaba de decir nuestro amigo y que bajo los excesos de elocuencia á que se ha entregado creo que hay un fondo de verdad...
Maugirón le tocó en el hombro. ¿Vas á comer? Sí, contigo, si quieres. Con mil amores. Tengo una mesa con Frecourt. Me alegro. Tengo, precisamente, que pedirle unas noticias. Frecourt, al que llamaban "Semifusa" era uno de los aficionados á la música más eruditos de París. Conocía todas las partituras, todas las escuelas y todos los cantantes desde hacía treinta años.
Una vaga sonrisa se dibujó en sus delgados labios y con voz tranquila respondió: ¡Calla! Tragomer, ¿estabas ahí? ¿Por qué no has comido en la mesa grande con nosotros? Maugirón me guardaba un puesto en su mesa. Por cierto que he sabido una noticia importante para ti. Me han dicho que te casas. Un ligero estremecimiento agitó la boca de Sorege, que continuó sonriendo.
¡Nos estás aburriendo con tu cómico de la legua! interrumpió furiosamente Maugirón... No sé cómo te sufre Tragomer. Nada de eso; me interesa, por el contrario, dijo amablemente Tragomer. Tú no entiendes de nada, Maugirón, en cuanto te sacan de catar vinos. Oye lo que decimos mientras te bebes tu Lafite... ¿De modo, Frecourt, que usted ha conocido á esa Juana Baud?
La generosidad de Cipriano era conocida: el recuerdo sería de valor. Maugirón entonó, con la música de la marcha del Profeta: ¡Marenval! ¡Honor á Marenval! Y todos entonaron en coro el himno solemne hasta que el héroe de aquel homenaje les interrumpió diciendo: ¡Silencio! Vais á hacer venir los comisarios del círculo. Sed razonables y marchaos con orden. Un beso y buenas noches.
¡Como que las mujeres de la buena sociedad no cuestan tan caras como nosotras! exclamó Marieta. Pregunta á Maugirón cuánto ha pagado en casa de Doucet y en casa de Worth cuando le honraba con sus favores la hermosa señora de... ¡Nada de nombres propios! interrumpió Maugirón.
Buenos días, cielito mío, dijo Lorenza. ¿Has dormido bien después de la agitación de anoche? ¡Cuidado que te pusistes chispo, maridito, después de comer! ¿Yo? dijo Maugirón, yo estaba fresco como una lechuga. El que estaba un poco... tocado era Tragomer. ¡Qué cosas nos contó, ese monstruo! Si, hablemos de lo que nos contó... Hizo sus confidencias á Marenval. Á nosotros nos puso en la puerta.
El joven Maugirón hizo un signo con la mano para reclamar silencio y con voz aflautada dijo: El señor vizconde Cristián de Tragomer tiene la palabra sobre el error judicial y sus fatales consecuencias. En seguida se volvió á sentar y un silencio profundo se produjo, como si todos los concurrentes sospechasen que Cristián tenía revelaciones importantes que hacer.
Me veo todavía en el comedor del círculo, cuando después de marcharse Maugirón con las mujeres, Tragomer empezó á contarme esta historia. Al principio su relato me pareció imposible, después empezó á interesarme la verdad que se vislumbrada y por fin me sentí como loco.
¡Oh! basta... ¡Pues no vuelve á empezar! ¡Esta chiflado! ¡Al ateneo! ¡Hacedle tragar la servilleta! Todas estas interrupciones surgían de un coro de carcajadas, mientras, el convidado á quien se había dirigido Maugirón permanecía silencioso é impasible. Era el tal un hombre como de treinta años, alto, fornido, de cabeza cuadrada, color tostado, negros y rizosos cabellos y magníficos ojos azules.
Palabra del Dia
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