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Los poetas de los alrededores agregan esta nueva hazaña a la biografía del héroe del desierto, y su nombradía vuela por toda la vasta campaña. A veces se presenta a la puerta de un baile campestre con una muchacha que ha robado; entra en el baile con su pareja, confúndese en las mudanzas del cielito, y desaparece sin que nadie se aperciba de ello.

Buenos días, cielito mío, dijo Lorenza. ¿Has dormido bien después de la agitación de anoche? ¡Cuidado que te pusistes chispo, maridito, después de comer! ¿Yo? dijo Maugirón, yo estaba fresco como una lechuga. El que estaba un poco... tocado era Tragomer. ¡Qué cosas nos contó, ese monstruo! Si, hablemos de lo que nos contó... Hizo sus confidencias á Marenval. Á nosotros nos puso en la puerta.

No era posible dejar de recordar el tan traído como llevado símil de la luz de la aurora disipando las tinieblas. La madre pensó chochear de alegría. ¡Otra vez, otra vez! exclamaba . ¡Encanto, cielo, cielito, monadita mía, ríete, ríete! Por entonces la sonrisa no se dignó presentarse más. La zopenca del ama negaba el hecho, cosa que enfurecía a la madre.

No suenan en mi oido las dulces vidalitas Que en medio de la noche modula el tucumano, Ni los sentidos Tristes que repite el riojano, Ni el alegre cielito que el porteño hace oir; Cantares de mi patria, al abrir yo mis ojos Susurrabais suaves á la par de mi cuna, Y vuestro éco inefable en las noches de luna Es música del alma que el alma sabe oir.

El siglo XIX y el siglo XII viven juntos: el uno dentro de las ciudades, el otro en las campañas. El cantor no tiene residencia fija; su morada está donde la noche lo sorprende, su fortuna en sus versos y en su voz; dondequiera que el cielito enreda sus parejas sin tasa; dondequiera que se apure una copa de vino, el cantor tiene su lugar preferente, su parte escogida en el festín.

Sabido es, por otra parte, que la guitarra es el instrumento popular de los españoles y que es común en América. En Buenos Aires, sobre todo, está todavía muy vivo el tipo popular español, el majo. Descúbresele en el compadrito de la ciudad y en el gaucho de la campaña. El jaleo español vive en el cielito; los dedos sirven de castañuelas.

No lo que me pasa; estoy como inspirado... tengo más espíritu, créetelo... te quiero más, cielito, paloma, y te voy a hacer un altar de oro para adorarte». «¡Jesús, qué fino está el tiempo! exclamó la esposa que ya no podía ocultar su disgusto . ¿Por qué no te acuestas?».