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Ah, ; estoy absolutamente seguro. Y siguió Quintanar hablando, hablando, sin trazas de dejarlo. La alcoba en que dormían Ana y don Víctor tenía una ventana a la galería precisamente del lado en que estaban conversando los dos amigos. La Regenta abrió de repente las vidrieras y llamó a su marido. Pero, Víctor, ¿no te acuestas hoy? Los dos amigos se volvieron.

Todas las noches, en cuanto te acuestas a dormir, ellos se ponen a jugar al ajedrez hasta que llega el Padre a decir misa. Entonces se vuelven a sus sepulcros, que son, como si dijéramos, sus camas, y duermen durante el día. Y dichas las oraciones de costumbre, por mis padres y hermanos, y otra, que para mi coleto decía, por mi caballo «El Confite», quedé al momento dormido.

No lo que me pasa; estoy como inspirado... tengo más espíritu, créetelo... te quiero más, cielito, paloma, y te voy a hacer un altar de oro para adorarte». «¡Jesús, qué fino está el tiempo! exclamó la esposa que ya no podía ocultar su disgusto . ¿Por qué no te acuestas?».

¡Y si en todo lo que uno hace estuviese seguro del acierto! pronunció con ahogada voz el señor Joaquín, balanceando su cuello de toro. Eso se mira antes..., ¡pero teníamos tanta prisa..., tanta prisa, que no para qué sirven esos pelos blancos y esos añitos que llevamos acuestas!

Finalmente, para última prueba de la devoción de estos nuevos cristianos, daré noticia de ciertas precesiones públicas suyas, las cuales, si á algunos parecieren menudencias de que no se debe hacer caso, digo que en otros pudiera parecer así pero no en gente para quien fué necesario un oráculo del Vaticano para creer que eran capaces de la ley de Dios: «Pues los primeros descubridores de las Indias juzgaron falsa y temerariamente que no eran racionales sino brutos, incapaces de razón; y fundados en este error los españoles de la isla de Santo Domingo y las demás, teniéndolos por animales, los cargaban tres y cuatro arrobas acuestas, los sacaban y llevaban muchas leguas y esta opinión se entendió después con harto daño de los naturales, de suerte que en Nueva España, juzgándoles imprudentemente por bestias con forma humana, los trataban como si lo fueran, negando, por el consiguiente, ser capaces de la Bienaventuranza y de los Santos Sacramentos, y llegó á tanto esto, que obligó á D. Fr.

Aquestas seis personas referidas, Como están en divinos puestos puestas, Y en sacra religion constituidas: Tienen las alabanzas por molestas, Que les dan por poetas y holgarian Llevar la loa sin el nombre acuestas. Porqué, le pregunté, señor porfian Los tales á escribir y dar noticia De los versos, que paren y que crian?

Lo particular era que en aquella crisis el desventurado joven no pasaba de las extravagancias de lenguaje a las violencias de obra; todo era quejas acerbísimas, afán angustioso por su honor y amenazas de que iba a hacer y acontecer. «¿Qué disparates estás hablando ahí? le dijo su mujer . ¿Por qué no te acuestas? Ya que no duermes, déjame dormir a ».