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En las otras tribunas, poco antes repletas de curiosos para contemplar el pugilato de primera hora, sólo quedaban los forasteros, mirando abajo con expresión de asombro, deslumbrados por los fantásticos trajes de los maceros y con el propósito firme de no moverse hasta que los despidieran.

Si ésta se presentaba serena y despejada, menos mal, porque se encendían los farolillos y continuaba la danza otra hora más; pero si Cabarga se encapotaba y era la brisa húmeda, síntomas infalibles de lluvia inmediata, daba la comisión las órdenes oportunas á los músicos, después de tomar las de las señoras; y allí nos tenían ustedes bajando á Santander, al compás de un pasodoble, cada uno con su cada una, ofreciéndoles aquí la mano para saltar una zanja, y allá el pañuelo para sacudir el polvo.... ¡Y era de ver, si llovía, cómo las delicadas sílfides, sacando fuerzas de flaqueza, arremetían con el lodo, cubriéndose el busto con la falda del vestido! ¡Y era hasta de admirar aquella procesión de blancas enaguas, iluminadas apenas por la mortecina luz de los veinticuatro faroles que enarbolaban los más obsequiosos acompañantes, á guisa de maceros ó reyes de armas, en sus diestras!

Despues llegaban el Zalmedina y jurados, que representaban la ciudad con sus maceros delante, acompañándoles tambien muchos ciudadanos.

Ahora la Puerta Nueva estaba lujosamente revestida con los paños del cabildo concejil, de terciopelo carmesí y amarillo, bordadas en medio las armas de la ciudad; al lado derecho habia un dosel de brocado, muy espacioso para que debajo de él pudiera situarse el rey á caballo á prestar su juramento de guardar á la ciudad sus preeminencias y libertades; habia tambien muchos tablados, ricamente guarnecidos, para las damas ansiosas de presenciar tan solemne acto; todas las calles de la carrera estaban colgadas vistosamente, y por último tenia preparados la ciudad seis castillos con grandes luminarias para despues de anochecer, á mas de las caprichosas iluminaciones de las casas particulares, muchas de las cuales debieron malograrse con el aguacero que descargó aquella noche misma desde las nueve en adelante . Salió la ciudad á recibir á Felipe II, vestidos los jurados de amarillo con ropones de terciopelo verde y vueltas de raso amarillo, los veinticuatros de blanco con ropas de terciopelo carmesí y vueltas como el vestido, sus maceros delante con ropas de damasco carmesí: todos cabalgando.

El órden que guardaba la comitiva del rey era segun la carta citada el siguiente: «Venia delante de su S. M. tanta gente de á caballo y tan bien apuesta, que era maravilla, y al fin los señores de título, y al fin los grandes, y tras ellos cuatro maceros á caballo, y cuatro hombres de armas, y seguia luego á pié la ciudad, y cerca del palio D. Antonio de Toledo con el estoqueVéase pág. 280.

Deme usted una envidia tan grande como una montaña, y le doy a usted una reputación más grande que el mundo... Adiós; me voy al Congreso. ¿No sabe usted que se han sublevado los maceros?... Abur, abur». El médico hace a su compañero la expresiva seña de no tiene remedio, y pasa adelante.

Muchas gracias, señora. Aunque él, por su gusto, hubiera querido que se marchasen todos, que no quedasen en el salón otras personas que el presidente y los maceros para hablar con menos miedo.

Aquí, como testigos de la escena que estamos describiendo, se encontraba el Gobernador Bellingham, con cuatro maceros junto á su silla, armados de sendas alabardas, que constituían su guardia de honor. Una pluma de obscuro color adornaba su sombrero, su capa tenía las orillas bordadas, y bajo de ella llevaba un traje de terciopelo verde.

En llegando los jurados al 2.º patio, y antes que se apeasen, bajaban los inquisidores acompañados de personas de calidad, y subiendo en sus mulas y los demas en sus caballos, se ordenaba el acompañamiento, yendo delante de dos en dos los que habian ido acompañando la ciudad, las Audiencias reales y la Corte del Justicia de Aragon, y despues de estos el prior y canonigos del Pilar, los prebendados de la Seo, los lugartenientes del Justicia de Aragon, y luego los maceros de la ciudad, los del Zalmedina y los del Justicia de Aragon; á seguida iba el estandarte de la que llevaba el fiscal del Santo Oficio, teniendo los cordones dos caballeros de título, ó el castellan de Amposta y Bailío de Caspe.

Marchaba primero el ilustre poeta García de Resende, recopilador del Cancionero que lleva su nombre, y Secretario de la Embajada, y le seguían los reyes de armas de Portugal con sus lucientes cotas y los maceros del Papa, que precedían al Embajador Tristán de Acuña.