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El Tesorero ordenó al Padre Montero que avisase al Deán, y la nueva corrió rápidamente, pues a los pocos momentos acudieron varios canónigos y prebendados, quienes anunciaron que Su Eminencia en persona iría a comprobar con sus propios ojos el inexplicable y audaz atentado.

Por la tarde tenía su famosa tertulia de canónigos y graves señores, a los que recibía con un aire de soberana. Estos eran los que iban a heredarla, como mandatarios y representantes de varias corporaciones de carácter religioso. La debía visitar inmediatamente, sorprenderla en su soledad después de la misa y los ejercicios matinales. Doña Juana vivía en un palacio inmediato a la catedral.

Tiene el templo dos órganos, un soberbio coro lleno de portentosos mosáicos, abundancia de estatuaria, canónigos con traje de obispos, millares de columnas de mármoles, y jaspes los mas preciosos.

En Roma aprobaron todo lo hecho por el cardenal, y Su Eminencia rugía de júbilo en su palacio, con la fiera impetuosidad que mostraba en todas sus expansiones. Los canónigos, al entrar en el coro, iban con la cabeza baja, como avergonzados y temerosos. Pero ¿ha visto usted...? se decían al desvestirse en la sacristía.

Avanzaban por las naves cinco canónigos con sobrepellices de coro, cada uno con una llave en la mano. Eran los guardadores del Tesoro. Abría cada cual la cerradura confiada a su custodia, giraba pesadamente la puerta y quedaba abierta la capilla con sus antiguas riquezas.

El manchador exhibía su vejez miserable, los seis reales diarios durante toda su vida, sin esperanzas de llegar a más. El Tato, en sus arranques de gallito bravucón, proponía degollar una tarde en el coro a todos los canónigos, prendiendo después fuego a la catedral.

Los señores canónigos no la quieren, no la entienden, ni son capaces de dedicar unas cuantas pesetas para que se oiga en las grandes fiestas. Les basta para salir del paso con cualquier pedazo rossiniano; y en cuanto al órgano, lo único que les importa es que toque lento, muy lento. Cuanta más lentitud, más religiosidad, aunque el organista toque una habanera.

¡Ah, hermano... hermano! dijo Esteban con expresión de cariñoso reproche . ¿De qué te ha servido tanto leer periódicos y libros? ¿Para qué ese deseo de arreglar lo que está bien, o si está mal no tiene arreglo posible...? De seguir tranquilamente tu camino, serías beneficiado de la catedral, y ¡quién sabe si te sentarías en el coro, entre los canónigos, para honra y amparo de la familia...! Siempre tuviste mala cabeza, por lo mismo que eres el más listo de entre nosotros. ¡Maldito talento que a tales miserias conduce...! ¡Lo que yo he sufrido, hermano, enterándome de tus cosas! ¡Cuántas amarguras desde la última vez que pasaste por aquí!

Que se enteren todos en Toledo que el arzobispo no quiere ver a sus canónigos, y que esto lo hace por dignidad, no por soberbia, pues al mismo tiempo baja a ver a su antigua amiga la jardinera. Y el temible hombrón reía como un niño al pensar en el disgusto que esta visita podía dar a los del cabildo.

El dia del auto se reunian en la Inquisicion, y subian al aposento del inquisidor mas antiguo para hacer el acompañamiento el regente la Real Chancilleria, con los oidores de la Audiencia civil y criminal acompañados de sus ministros: el Justicia de Aragon con sus lugartenientes, ministros y oficiales: dos dignidades, dos canónigos de la metropolitana, y en nombre de N. Sra. del Pilar el prior y dos canónigos: el vicario general del arzobispado y por los obispos del distrito un consultor canónigo de la Seo.