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Llenose el aire de deseos torpes, de citas culpables, de hedor de riqueza mal ganada, de gemidos de tristes faltos de consuelo, de llanto de pobres olvidados. Viento de pavor heló los corazones. Allí fue el rechinar de dientes y el crujir de huesos de que habla la Escritura.

Consiguiólo al punto; al oír la dama el nombre de masones, apagóse en el acto su ira y llenóse en cambio de un espanto casi pueril, extraño en un carácter de tan enérgico temple. ¡Vámonos, vámonos! decía . Por Dios te lo pido, Jacobo; no te quedes aquí. ¡Vámonos! Y con acento de verdadero terror, mirando a todas partes espantada, repetía muy bajo: ¡Excomulgados! ¿Sabes? ¡Están excomulgados!...

Llenóse la casa de vecinos y amigos, que en tales trances suelen acudir compadecidos y serviciales. Por fin tuvo término el patatús de Torquemada, y caído en profundo sopor que á la misma muerte, por lo quieto, se asemejaba, le cargaron entre cuatro y le arrojaron en su lecho.

Entre tanto agolpábase la gente; crecía el bullicio, y echadas las campanas á vuelo, llenóse la plaza de la Feria de innumerable pueblo.

Llenose de ellos los bolsillos, y es más que probable que dejara caer alguno, que no faltó quien recogiera, porque por la noche, en el teatro, oyó a algunos jóvenes autores y abonados de la orquesta bromear y reírse de una carta que acababan de encontrar y que circulaba de mano en mano.

Llenóse la casa de ruido, de tilinteo de cascabeles, de cadencia de uñas de perros sobre los pisos de madera, de voces sonoras y de órdenes para tener en punto al amanecer todos los arreos de caza.

Así, así te quiero dijo dando algunos pasos para llegar a su sillón y sentarse pero en vez de andar hacia la mesa, dirigiose al testero opuesto. No paró hasta tropezar con la pared, y al sentir el choque, llenose de cólera y dijo: ¿Quién me estorba el paso?... ¿Quién es el atrevido que no me deja llegar al sillón? Esperó respuesta; puso atento oído a los rumores que creía sentir.

Y, sin vacilar, con arranque feroz, alzó el puñal con la otra y clavó de un golpe ambas sobre la mesa. Las mujeres lanzaron un grito de terror. Los hombres nos precipitamos a socorrerlos. Algunos salieron en busca de auxilio. En un instante llenose nuestro cenador de gente. De las heridas brotaban abundantes chorros de sangre, que manchaban los pañuelos que les aplicábamos.

Penetró hasta la habitación del moribundo todo el que quiso. A nadie se puso obstáculo. Pero no pudieron todos cumplir su gusto, porque no cabían. Llenose enseguida el gabinete del conde de una muchedumbre abigarrada, personas decentes, menestrales, niños, todos empinándose para contemplar al prócer caído en la desgracia, y que ahora iba a caer en el oscuro seno de la muerte, en el eterno olvido.

Pero erraron esta vez, como otras muchas veces, sus tiros los demonios porque en lugar de salir con sus intentos, perdieron la presa; llenóse el miserable todo de pavor, y miedo, porque el corazón le decía que esta era cosa del infierno, y no sabía cómo echarlos de ; había oído decir que los dulcísimos nombres de Jesús y de María tenían poder contra esta canalla, pero no se ofrecían á la memoria, hasta que después de mucho trabajo se le ofrecieron y los pronunció: entonces los demonios, como si se viniese abajo toda la casa, huyeron con gran furia, y él, curado en el alma de sus liviandades, entró por el camino de la salvación, con más firmes propósitos y más seso que antes; y con tal mudanza y arrepentimiento de sus yerros, que estando aún con la fiebre se levantó de la cama y fué corriendo á echarse á los piés del P. Caballero, y con más lágrimas que palabras le pidió el santo bautismo.