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Y mientras tanto, un dios aficionado le hacía observaciones sobre sus cromos, se los criticaba asegurándole que manchaban las paredes. ¡Manchaban las paredes! repetía don Timoteo sonriendo con ganas de arañarle; ¡pero si están hechos en Europa y son los más caros que me he podido procurar en Manila! ¡Manchaban las paredes!

La sociedad en que yo me crié era, pues, de lo más rudo, incipiente y soez que puede imaginarse, hasta tal punto, que los chicos de la Caleta éramos considerados como más canallas que los que ejercían igual industria y desafiaban con igual brío los elementos en Puntales; y por esta diferencia, uno y otro bando nos considerábamos rivales, y a veces medíamos nuestras fuerzas en la Puerta de Tierra con grandes y ruidosas pedreas, que manchaban el suelo de heroica sangre.

Nazaria no decía nada, pero con los resoplidos mostraba el desfogamiento de su cólera que parecía salir en mangas de aire desalojando el henchido seno. La navaja yacía en el suelo junto a los restos de lo que fue urna y a los pedacitos de toro de yeso que, pisados en la contienda, manchaban de blanco la fina estera.

El polvo y el humo de carbón de piedra que invadían la villa y sus contornos, ensuciándolos y entristeciéndolos, iban desapareciendo del paisaje. La vegetación se ostentaba limpia y briosa: sólo de vez en cuando, en tal o cual raro paraje, se veía el agujero de una mina, y delante algunos escombros que manchaban de negro el hermoso verde del campo.

Por último, sosegó la tempestad del cielo. Poco a poco habían ido desapareciendo detrás de las montañas los espesos nubarrones que manchaban la faz del firmamento. Unos cuantos que habían quedado rezagados y que a largos intervalos, cruzando por delante de la luna, sumían a la tierra en las tinieblas, también traspusieron los picos de las montañas.

En estas ocasiones era algo más expresiva de palabra y de gesto; pero con los muebles y las ropas y los cachivaches de la cocina, porque no quedaban a su gusto, o porque se lucía en algo de ello su trabajo, o pensando en la criada, o en el amo, o en el otro, que, a su juicio, rompían o manchaban.

Pero ¿cómo prometerse semejante carácter de pureza del arte de unos tiempos como aquellos en que manchaban el solio de S. Fernando el concubinato, la tiranía, el fratricidio, la disipacion, la impotencia, y desdoraban los timbres de los mas ilustres linages la venalidad, la adulacion, la traicion, el lenocinio?

Ceñíale la garganta triple sarta de corales que manchaban de rojo su pecho de nieve. Vestía dengue de paño negro con ribetes de terciopelo , justillo encarnado y camisa de lienzo blanco. La otra formaba con ella vivo y gracioso contraste. Bajita, morena, sonriente, con unos ojos que le bailaban en la cara y tan sueltos ademanes que su cuerpo no tenía punto de reposo.

Abierto y caído el hábito desde los hombros hasta la cintura, dejaba descubiertas las espaldas, que aparecían cárdenas y ensangrentadas, dejando correr hilos de sangre que manchaban la túnica y goteaban sobre el suelo.

Y, sin vacilar, con arranque feroz, alzó el puñal con la otra y clavó de un golpe ambas sobre la mesa. Las mujeres lanzaron un grito de terror. Los hombres nos precipitamos a socorrerlos. Algunos salieron en busca de auxilio. En un instante llenose nuestro cenador de gente. De las heridas brotaban abundantes chorros de sangre, que manchaban los pañuelos que les aplicábamos.