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Algunos aparecían con grandes chambergos, poncho en los hombros y espuelas, que hacían resonar belicosamente. Eran comisionistas ansiosos de color local, que declaraban ir vestidos de gauchos de las Pampas o de rotos chilenos. ¡Ah, gaucho lindo! ¡Tigre! exclamaban con burlón entusiasmo los muchachos sudamericanos . ¡Ah, rotito!... ¡Huaso gracioso!...

Mi marido se contentará con lo que le den respondía la nerviosa niña haciendo un gracioso mohín de desdén. ¿Y si se enfada? preguntaba en tono malicioso Emilita. Tendrá dos trabajos: uno el de enfadarse y otro el de desenfadarse. ¿Y si te anda con el bulto? ¡Se guardará muy bien! ¡Sería capaz de envenenarlo! ¡Jesús, qué horror! exclamaban riendo las tres nereidas.

Don Braulio era quizá el único que ignoraba todo aquello, y la gente se pasmaba de su ignorancia. Los sujetos más benévolos decían: No es extraño. El buen señor está en Babia siempre. ¡Es tan distraído! Vaya: más vale así. Otros exclamaban: Bien se conoce que el hombre es un verdadero filósofo. Otros: ¿Quién sabe?

Cada cual alegaba sus razones, tratando de quimera el ajeno parecer; la discusión se hacía general; intervenían en ella periodistas y delegados desde los más remotos extremos de la mesa; alguien brindaba sin ser oído; personas de voz escasa exclamaban en tono suplicante: «Pero oigan ustedes, señores... si ustedes oyesen una palabra...». Era en balde.

El paso de los poneys a través de la gran calle de la aldea había causado efecto; todos los habitantes se habían precipitado fuera de sus casas preguntándose con avidez: ¿Qué es eso; qué es eso? Algunas personas pensaban: Un circo ambulante, quizá... Pero de todos lados exclamaban: ¿Habéis visto qué bien iban?

En cuanto a , sentí como si fuera el autor de aquel atentado y temí que lo revelara mi semblante. Pero mis compañeros estaban demasiado ocupados en examinar el desperfecto, para fijarse en mi persona. ¿Cómo ha podido ser esto? ¿Quién pudo llegar hasta aquí y cometer tan audaz sacrilegio? Exclamaban ambos admirados.

Se ha echado en brazos del primer venido exclamaban , sin amor, sin estimación, porque ni el amor ni la estimación nacen tan de súbito. La ha seducido el afán de ir a brillar en los Madriles.

Al pasar ó detenerse el tren que nos trasportaba, estallaba en cada uno de esos numerosos grupos de paisanos un hurrah! borrascoso, por via de saludo, y no faltaban quienes, queriendo sazonar algun chiste del vecino, exclamaban por este estilo: Eh, señor maquinista! digale U. á Su Majestad que se priesa! Bah, gaznápiro! quién te ha dicho que Su Majestad corre como el chorro de tu molino?

¡Armas! ¡armas!... exclamaban irónicamente algunos compañeros de ojos exaltados . ¿Y para qué las queréis? Eso no sirve de nada. ¡Dinamita, me caso con Dios! ¡Bombas de dinamita! Maltrana entró en el depósito abriéndose paso en la masa de blusas, y vio el cadáver del señor José sobre una mesa de mármol, dentro de un modesto ataúd que habían costeado los del oficio.

Su conducta anterior respecto a la madre común se les aparecía de pronto como una injusticia y experimentaban vivos deseos de rectificarla. ¿Vamos a encerrarnos en el Casino en un día como éste? exclamaban . No, nunca. Sería una verdadera vergüenza... Pero después de almorzar, el cielo comenzaba a nublarse. Malas lenguas afirman que era el Casino quien preparaba los nublados.