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La época literaria que le cuenta dentro de , que le mira como su patriarca y áun le ha contemplado recientemente lanzar destellos dulces y puros como los de un sol de primavera en su ocaso, no puede ser acusada de esterilidad; tiene que ser respetada, si no envidiada, de cuantas le sigan en la sucesion de los tiempos.

En aquel tiempo los jóvenes se abrían paso fácilmente entre la multitud decrépita; aquellos que, con todo el vigor de la fe y toda la fuerza de la edad primera, emprendían la propagación de las nuevas ideas, se imponía infaliblemente, adquiriendo una alta y envidiada posición social. El se creía superior, ¿á qué negarlo?

Ni les parezca á los pobres, que por serlo les ha de faltar nada, porque todos los que hasta hoy vinieron por acá, luego que llegaron se vieron ricos, assí de lo necessario, como de gusto de averlos sacado Dios de aquella sujeccion, y cautiverio.» «Aora quisiéramos saber, señores, qué mayorazgos teneis allá de la nacion envidiada, para esperar tantos peligros?

Llegaba tarde al paseo, daba tres o cuatro vueltas, y cuando ya se sentía bastante envidiada, a casa, sin dignarse jamás pasar los ojos sobre ningún individuo del sexo fuerte en estado de merecer. Los vetustenses llegaron a mirarla como un maniquí cargado de artículos de moda, que sólo divertía a las señoritas. «Era una gran proporción» en quien no había que pensar.

La envidiada de todos, envidiaba a cualquier mujer pobre y descalza que pasase por la calle con un mamón en brazos liado en trapos.

Después de su campaña diplomática en Portugal, D. Cristóbal, colmado de honores y mercedes, llega a la cumbre del crédito y del valimiento cerca de su soberano. Para sostenerse en tan envidiada posición, no le valieron sólo su discreción y rara aptitud en los negocios, sino también su celo, su decidida lealtad y su profunda y sincera devoción al príncipe a quien servía.

La mendiga que bailaba al son de la pandereta bohemia en las calles de Lyón y de París, murió agasajada, envidiada, rica; la que anduvo descalza y alegre por tantos caminos, marchó rápidamente por el de la gloria. Tenía, al finar su vida, treinta y ocho años. ¿Qué actriz, en menos tiempo, habrá subido más alto?

Entonces lo temí todo, todo: empecé á buscar una ayuda para salir del atolladero, y en cierta casa donde me refugié por el momento, supe que vos érais la mujer codiciada, la mujer envidiada por todos al duque de Lerma, á quien engañáis siendo amante de Calderón.

Por eso mismo replicó Sagrario, golpeando a la aludida en un hombro con el abanico cerrado , he comenzado por advertirla que se lo cuento para evitarle la sorpresa del hallazgo de ello; porque ha de saltarle a los ojos, más tarde o más temprano, eso que yo tengo por uno de los bocadillos más sabrosos de la mesa de nuestro mundo... ¡Caramba, y qué bien salió este parrafejo! ¿Si iré para literata sin notarlo?... Con franqueza, Beronic..., y perdona , Leticia, si hallas algo shocking la despreocupación: después del placer de ser codiciada de los hombres de buen gusto, no hay otro que más halague mi vanidad que el ser envidiada y aborrecida de las mujeres elegantes.

Para ella, como para otras muchas histrionisas célebres, el olvido es bálsamo precioso; la que así sobre los escenarios de la farándula, como en el gran teatro de la vida, fué siempre protagonista envidiada, ahora solicita un puesto obscuro de comparsa. ¡Por piedad!