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Actualizado: 10 de junio de 2025
Y si no lo hicieran por propio impulso los Páez, los Redondo, etc., etc., sus respectivas esposas, hijas y demás familia del sexo débil obligaríanles a imitar en religión, como en todo, las maneras, ideas y palabras de la envidiada aristocracia.
A última hora se ponían las piezas y zarzuelitas más verdes, y cual si esto les sirviese de aperitivo, era de ver cómo a la salida muchos caballeros, o vestidos de tales, esperaban en la calle la salida de bailarinas, coristas y figurantas: por fin, cuando terminado el espectáculo comenzaba la puerta del escenario a vomitar mujeres envueltas en mantones y con toquillas de estambre a la cabeza, cada hombre se llevaba su prójima, que solía ser ajena; alguna, envidiada de las demás, subía en coche, y ya formadas las parejas, que a veces en realidad eran tercetos, todos se iban contentos; ellas haciéndose las conquistadas, y ellos imaginando triunfo lo que, a lo más, era compra.
Su orgullo les hace mirar como animales á sus semejantes que rodean la carroza, hambrientos, agotados de fatiga, degradados por todos los vicios y luego pisoteados en las grandes calles por los caballos que tiran la envidiada carroza. ¡Engaño miserable del orgullo! Esa turba macilenta y enhambrecida ve pasar á los poderosos con un sentimiento de odio profundo que los contrastes envenenan.
Palabra del Dia
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