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24 Y algunos días después, viniendo Félix con Drusila, su mujer, la cual era judía, llamó a Pablo, y oyó de él la fe que es en el Cristo. 25 Y disertando él de la justicia, y del dominio propio, y del juicio venidero, espantado Félix, respondió: Ahora vete, mas cuando tenga oportunidad te llamaré.

Hubiera seguido Adolfo disertando sobre el tema, a no interrumpirlo el sirviente, con una carta que acababa de traer el correo... Fastidiado por la interrupción y por el temor de recibir una nueva impertinencia o tontería de la gente del pueblo, preguntó a Laura, que entraba detrás de la carta: Adivina qué será... ¿Una felicitación o un anónimo?

Ostolaza, Teneyro y D. Paco estaban muy metidos en lenguas disertando sobre los grandes males de la educación a la moderna, y forzosamente me enredaron en su coloquio, teniendo ocasión de lucir mi intolerancia, y un poco de cierta erudicioncilla trasnochada que yo tenía para el caso.

Comenzó por advertir a aquel pobre hombre estupefacto que no volviera nunca a expresarse en ese tono de semejante inglés. «Ese hombre de quien usted habla, le dijo, se llama Carlos Darwin, y su frente es la ladera de una montaña»; y continuó disertando en este tono por diez minutos, hasta que sus amigos le interrumpieron para hacerle comprender lo perdido e inútil de aquella disertación.

Las armas cristianas empiezan á adquirir nuevo brillo: Alfonso III fortifica á Zamora y á Toro, funda á Porto y restaura á Chaves y Viseo; y Mohammad muere disertando como filósofo , mientras sus vasallos rebeldes desafian su poder como guerrero.

Al año siguiente de la adquisición del Gaviota II se había tropezado en dichos parajes con el yate imperial. El kaiser, como un vecino entremetido y omnisciente, vino á verle para curiosear en su buque, examinándolo todo, dando consejos, pasando revista á los hombres y á las cosas, disertando sobre las máquinas é interrumpiéndose para aconsejar variaciones en el uniforme de la tripulación.

Y siguió disertando sobre las ideas del día con argumentos tan fuertes y tal vehemencia de estilo, que Clara sintió picada su curiosidad; alzó los ojos y se puso á mirar con asombro la efigie porreñana, de cuya boca salía elocuencia tan terrible.

En aquel momento entró doña Rosalía en el estanquillo. ¡Pobrecita! exclamó Miguel. Debe V. acostarse un poco a ver si se le pasa..... ¿Qué; te duele la cabeza? preguntó la tía. La canción de siempre..... Anda ve a recostarte hasta la hora de comer: ya te llevaré el agua sedativa. Maximina subió a su cuarto y doña Rosalía quedó disertando con Miguel, que apenas la escuchaba.

La aventura comenzó a parecerle por demás extraña. Hallarse en ocasión tan propicia al lado de una mujer como Lucía que le confesaba francamente sus pecados, ser su amante, y pasar el tiempo disertando sobre materias abstractas, y haciendo el papel de ser incomprensible y misterioso, era cosa tan singular, que rayaba en lo absurdo.