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También nos reunimos de día. Hoy van a leer un folleto que ha escrito uno en contestación al <i>Diccionario manual para inteligencia de ciertos escritores que por equivocación han nacido en España</i>. ¿Conoces ese librito? Es una sarta de necedades. Ostolaza lo ha llevado a casa, y por las noches él, el Sr. Teneyro y mamá lo leen y celebran mucho sus sandios chistes y groserías.

En la calle había también apiñado gentío, entre el cual vi a uno de esos individuos que se aparecen como llovidos en toda escena de agitación popular, dispuestos a echar el peso, no de su autoridad, sino de sus garrotes, en la balanza de las contiendas políticas. ¡Desgraciado Teneyro, desgraciado Ostolaza! ¡Qué ovación les esperaba!

El nombre del soberano lo acompañé de una reverencia tan exagerada que casi hube de besarme las rodillas. Pues se dice por ahí indicó Teneyro que van a procesar al obispo de Orense. No se atreverán a ello repuso Valiente, sacando su caja de tabaco y ofreciendo del oloroso polvo a los circunstantes.

Ostolaza, Teneyro y D. Paco estaban muy metidos en lenguas disertando sobre los grandes males de la educación a la moderna, y forzosamente me enredaron en su coloquio, teniendo ocasión de lucir mi intolerancia, y un poco de cierta erudicioncilla trasnochada que yo tenía para el caso.

Teneyro... ¡Qué par! Si querrá también hablar... Dígame usted otra cosa, ¿quién es ese señor <i>Preopinante</i> de quien todos hablan tan mal? El <i>Preopinante</i> es el que ha hablado antes. Dígame usted. Y cuando tengamos rey, ¿Su Majestad vendrá también a predicar aquí? No lo creo. ¿Y en qué consiste eso que dicen de que con Cortes hay libertad?

Felizmente y gracias a la intervención de D. Juan María Villavicencio, los que se disponían a obsequiar a Teneyro y Ostolaza no pasaron a vías de hecho; mas con la agudeza de sus silbidos y el mugir de sus insultos fueron dando música a ambos personajes por largo trecho de la calle.

Lo mismo que San Agustín indicó don Diego . Opinará como San Agustín y como yo. Según y conforme dije recapacitando . ¿Ustedes piensan como San Agustín? Ostolaza, Teneyro y D. Paco se desconcertaron. Nosotros... Supongo que conocerán los nuevos tratados... A este punto llegaba la controversia, cuando entró lord Gray a sacarme del apuro. No pudiera llegar en mejor ocasión.

Vamos, francamente, era cosa de morir de risa. El presidente sabía que sesión en la cual Teneyro hablase, era sesión perdida, por no ser posible contener a las tribunas; trabábanse disputas inevitables entre ciertos procuradores y el público, y el escándalo obligaba a despejar los altos de la iglesia.

Junto a él estaba el llamado Teneyro, diputado también, cura de Algeciras, hombre con pretensiones y fama de gracioso, aunque más que a la agudeza de los conceptos, debía esta al ceceo con que hablaba; de cuerpo mezquino, de ideas estrafalarias, tan pronto demagogo furibundo, como absolutista rabioso; sin instrucción, sin principios ni más conocimientos que los del toque del órgano, cuyo arte medianamente poseía.

Y no paró aquí el desastre, sino que don Paco, viendo que alguien tomaba a pechos la defensa del pobre Teneyro, arriesgose, como leal amigo y contertulio, a ponerse de su parte. Envidia, no es más que envidia y rabia por las verdades como puños que dice exclamó. En mal hora lo dijera. Vimos desaparecer su enjuta figura entre una masa uniforme de brazos y manos.