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Cuatro paredes no muy altas, una cruz en el centro, una tejavana humilde a la derecha de la puerta, y en el lado de enfrente media docena de sauces llorones demarcando con sus troncos jorobados un pedacito de tierra, y rozando con las puntas de su lacio y desvaído ramaje el espeso tapiz de nieve que enrasaba toda la superficie del campo santo.

Estaba llena de sonrisas Carmen aquella mañana.... Una sonrisa para el espejo donde, inclinándose, vió su cara preciosa un poco descolorida; otra sonrisa para la ventana, ya acariciada por el sol pálido de noviembre...; otra, para el cielo; los ojos garzos y acariciadores de la niña subieron hasta él dulcemente al través de los vidrios empañecidos por la helada.... Estaba todo azul; ¿no había de estarlo?... Azul tenue el cielo, dorado desvaído el sol, verde apagado la campiña...; ¡qué bonitos colores tenía la vida aquella mañana!

Juanita Vélez, doncella cuarentona, larga y enjuta, por el estilo de su padre, lacia de pelo, de buenos ojos y muy regulares facciones, vestida de finas telas, pero muy antiguas; presuntuosamente simple el corte de su atalaje, pero también algo anticuado; y, por último, Manrique, el menor de los Vélez, hermano de Juanita, un giraldón desvaído y soso, con la boca muy grande y los dientes amarillos, mucho pie, largas piernas y bastante nuez.

A la izquierda el puro azul del cielo se deja ver, desvaído ya y marchito, y su fondo luminoso queda cortado a trechos por las formas rígidas de alguna conífera o por los tricornios de los guardias que permanecen clavados a sus caballos, y los caballos a la tierra como verdaderas estatuas.

Así fueron corriendo los días y las semanas y aun los meses; llegó a ajustarse la tertulia, aunque siempre de confianza, a otro ceremonial menos insípido, y casi bastó para ello la vuelta de Sagrario, que traía impresiones que relatar, hasta de entrevistas con el Gran Turco, mientras su marido, más gangoso que nunca, y alicorto y desvaído, como gallo desplumado, apenas daba señales de lo poco que antes fue, para sacar algunas veces de sus centros al solemne don Mauricio, que no se desconcertaba allí tan fácilmente como solía; jugaban ya las cotorronas al tresillo, y, con excepción de la música y del baile, se hacía allí a todo lo del año pasado entre los íntimos, siendo la enfermedad gravísima de la marquesa obstáculo que no estorbaba para nada, porque, de puro sabido, nadie reparaba en él.

Ya estaban los padres de Ángel enterados de casi todo lo que deseaban saber: por qué trasnochaba; por qué se vestía con tanto esmero; por qué andaba como desvaído a veces, y a veces hecho un cascabel, y hasta sabían por qué había llegado a casa la noche antes tan atolondrado y nervioso. Y no sólo lo sabían, sino que lo aprobaron y aun lo aplaudieron.

Su cuerpecillo, magro y desvencijado por el diario chocar con los esquinazos de la miseria, se guarece en un chaquet ribeteado de trencilla, de un negro desvaído, al que las virtudes de constante pulcritud de su dueño han dado un magnífico brillo que miran envidiosos los puños deshilachados y la tirilla restaurada con tiza, por el buen parecer, el día en que Su Excelencia tiene la bondad de llamarle a la firma.

Para estas excursiones traía el quintero al patio, a las ocho de la mañana, una especie de carromato, que en el lugar llamaban maringola. Aparecía mi tía de tiros largos, con la cabeza cubierta por un sombrero redondo, de fieltro negro, al que había adicionado un barbiquejo de un color violeta desvaído. Plantábaselo audazmente en la punta del rodete.