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Realizaban la ilusión acariciada tantas veces en su época de pobreza. «Pruébelo, doctor: es de lo más selecto de la Rioja: á tantos duros la arrobaOtros se cubrían de brillantes las manos y el pecho, pero cuidaban de ellos con meticulosidad supersticiosa, como si fuesen animalillos delicados y frágiles que al menor roce se podían desvanecer.

A sus ojos asomaron las lágrimas. «No interprete usted mis lágrimas como una concesión dijo a Isidora . Lloro por el recuerdo de mi querida hija. En cuanto al parecido...». Volvió a observarla tan fijamente, que Isidora, al sentirse acariciada por aquel mirar profundo, se estremeció de esperanza.

Son conocidas las dificultades suscitadas por los Estados Unidos a la empresa del Canal de Panamá, los ardientes debates a que esta cuestión dio origen en el Congreso de Wáshington y la idea, un momento acariciada, de proteger con todo el poder de la gran nación, el proyecto rival de practicar el canal interoceánico a través de Nicaragua.

Y que no olvidase comprar hilo, agujas y unas alpargatas para el pequeño. ¡Criatura más destrozona!... En el cajón de la mesita encontraría el dinero. Y mientras la madre daba una vuelta en la cama, dulcemente acariciada por el calor del estudi, proponiéndose dormir media hora más junto al enorme Batiste, que roncaba sonoramente, Roseta seguía sus evoluciones.

Vivía en continuo contacto con su arma, la pieza más moderna de su casa, siempre limpia, brillante y acariciada con ese cariño de moro que el labrador valenciano siente por su escopeta. Teresa estaba tan triste como al morir el pequeñuelo.

Ya no encontró más gente en su camino. De pronto, sobre los rumores de la seca arboleda acariciada por el viento, oyó un tintineo lejano de hierro batido. Por entre el ramaje elevábase una ligera columna de humo: la fragua del Ferrer.

Pero ¿qué reposo deseaba? ¡Ay! deseaba volar á la cima de la Peña Mayor, llevada por un ángel, y allí, bañándose en el éter azul, sin escuchar una voz maldita que tenía siempre en los oídos, pasar la vida acariciada por Dios y acariciando á sus hijos.

Su mejor recreo era ir con su madre a sentarse en el campo y tomar croquis de los sitios pintorescos o bien abismarse en algún ensueño de Lamartine o de Hugo mientras que la indolente criolla dormitaba mecida por la armonía de los versos y acariciada por el ardiente beso del sol que le recordaba su país.

Transcurrieron semanas, meses, y llegó el aniversario del día en que le conoció... No: no fue de día, fue de noche. Lo recordaba hasta en los menores detalles. Estaba vestida de gitana: falda de percal muy hueca, rizos en las sienes, moño bajo y la nuca acariciada por un manojillo de flores que parecían colocadas por el mismo diablo.

Y en vez de concluir la frase, dio un puntapié a los molosos que de un brinco abandonaron la casa. Ven dijo en seguida, voy a llevarte. Subimos la escalera, en silencio, sin mirarnos. «¡Ahora eres una extraña para élme dije. Y me sentí sobrecogida de angustia, como si acabara de perder una felicidad acariciada desde mucho tiempo.