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He acompañado a mis hijas a la iglesia y he pedido a Dios que las haga felices. También le he dado gracias por habernos concedido aquellas fincas, con las cuales ni mi marido ni yo contábamos. Da lástima ver los edificios: el castillo está casi arruinado, las paredes interiores están desnudas, y los adornos, los escudos y las chimeneas, destrozados a fuerza de martillazos.

Santorcaz, como dije, había logrado en poco tiempo gran ascendiente sobre D. Diego, de tal modo, que cuanto nuestro mozalbete ponía por obra, lo consultaba con aquél. Marijuán, en cambio, hacía buenas migas con un servidor de ustedes, y siempre juntos en las marchas y en los descansos, nos contábamos nuestras cosas, compadeciéndonos y consolándonos mutuamente.

El patrón cambió el rumbo. Estábamos frente á Torresalinas. Todos éramos de aquí y contábamos con los amigos. El cañonero, viéndonos con rumbo á tierra, no disparó más. Nos tenía cogidos, y seguro de su triunfo, ya no extremaba la marcha. La gente que estaba en esta playa no tardó en vernos, y la noticia circuló por todo el pueblo. ¡El Socarrao venía perseguido por un cañonero!

El sábado que contábamos 28 de Abril, a las tres de la tarde acudió a la Inquisición lo más docto, grave, autorizado y religioso no solo de todas las Ordenes regulares y singularmente todos los Sacerdotes de los dos Colegios que tiene en esta Ciudad la Compañía, por el frecuente ejercicio que en todas partes tiene esta Religión, de ejercer tan piadoso ministerio; pero aún de los Doctores seculares de casi toda la Isla, o por lo relevantes de sus prendas, o por ser ministros del Santo Tribunal.

Solíamos contar a don Alonso cómo al sentarse a la mesa nos decía males de la gula, no habiéndola él conocido en su vida; y reíase mucho cuando le contábamos que en el mandamiento de No matarás metía perdices y capones y todas las cosas que no quería darnos, y, por el consiguiente, la hambre, pues parecía que tenía por pecado no sólo el matarla sino el herirla, según regateaba el comer.

Nosotros, en cambio, estábamos sabiamente colocados por el Mayor General en otra altura parecida; pero sólo una quinta parte del regimiento ocupaba la parte culminante de la loma, mientras que todo lo demás se extendía en la vertiente posterior, permaneciendo oculto a la vista del enemigo; de modo que si nosotros les contábamos perfectamente a ellos, los franceses, engañados por la apariencia, se reirían de los cuarenta jinetes sin uniforme, enseñoreados del cerro con aire de perdonavidas.

Luego le decía al piloto las brazas con que contábamos. ¿Qué fondo tenemos? preguntaba él. Yo sacaba la sonda para que viese si era arena, fango, trozos de coral o de concha. Cuando el fondo disminuía, el contramaestre subía al castillo de proa, y quedaba de guardia con el martillo en la mano, esperando la orden para dejar caer el ancla. ¡Fondo! gritaba el piloto.

¡Uf, el convento!... Mira, si me hubieses abandonado, entraría en él otra vez a mortificar a las niñas, como la hermana Desirée. Ahora comprendo que nosotras estábamos pagando el mariposeo de algún gallego francés. Antes de partir para París, donde contábamos pasar otros quince días, hice una cosa que me va a enajenar la simpatía del lector, si por casualidad he logrado alcanzarla.

Llevónos la galerna, en un decir Jesús, á dos cables de San Pedro del Mar; y cuando contábamos que no pararíamos hasta embarrancar en la arena, un maretazo, como yo no he visto otro, nos puso la lancha quilla arriba. Al salir yo á flote, de todos mis catorce compañeros no quedaba más que éste, á unas seis brazas de .

Era inútil resistir en el mar a aquel enemigo que andaba con humo y escupía balas. ¡A tierra, y que fuese lo que Dios quisiera! Estábamos frente a Torresalinas. Todos éramos de aquí y contábamos con los amigos. El cañonero, viéndonos con rumbo a tierra, no disparó más. Nos tenía cogidos, y seguro de su triunfo ya no extremaba la marcha.