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173 Después me contó un vecino que el campo se lo pidieron; la hacienda se la vendieron pa pagar arrendamientos, y qué yo cuantos cuentos; pero todo lo fundieron, 174 los pobrecitos muchachos, entre tantas afliciones, se conchabaron de piones; ¡mas qué iban a trabajar, si eran como los pichones sin acabar de emplumar!

Además, aquella mancha de desolación y miseria en medio de la vega servía para que los otros propietarios fuesen menos exigentes, y tomando ejemplo en el vecino no aumentaran los arrendamientos y se conformasen cuando los semestres tardaban en hacerse efectivos.

¡De enterarme!... ¿Y de qué, buen Simón? ¿De que no van mis negocios en próspera fortuna? ¿De que este cortijo, y la otra casa, y tales acciones no valen lo que valían, porque los arrendamientos, y el inquilinato, y el estado general de los negocios, y el aspecto alarmante de la política así lo disponen?... ¿No es esto? ¿Ves cómo yo penetro con una sola mirada hasta el interior de las cosas, y vivo en perfecto conocimiento de ellas, sin que nadie se tome, el trabajo de pesarlas y de medirlas delante de ? ¿Y qué le vamos a hacer si el cuadro no es tan risueño como y yo deseáramos?

Está lejos de tener la habilidad de su predecesor; no está versado absolutamente en los misterios de los arrendamientos y contratos de tierras: no conoce la primera palabra de los negocios que va usted á dignarse confiarle; no tiene conocimientos especiales, ni práctica, ni experiencia, ni nada de lo que se necesita; pero tiene algo, que faltaba á su predecesor, que cincuenta años de práctica no habían podido darle, y que diez mil años más no le habrían dado tampoco; tiene probidad, señora.

Pero... ¿qué valía su prosperidad actual comparada con los millones de pesos que iban á caer en sus manos el día que la Presa, simple campamento de trabajadores en la actualidad, se convirtiese en una población importante, y su almacén en un establecimiento rico como los de Buenos Aires, y las tierras polvorientas que él había adquirido en un sinnúmero de «chacras», por las que le pagarían importantes arrendamientos colonos españoles é italianos?... Podría volver entonces á su patria, para instalarse en Madrid, circulando por sus calles y paseos en el automóvil más lujoso y más grande que pudiera encontrar; y las gentes de su pueblo natal, agradecidas á sus donativos, tal vez le hiciesen diputado ó senador; y un ministro lo presentaría al rey de España, cuyo retrato en colores estaba clavado sobre un tabique de madera debajo de un cocodrilo... ¡Quién sabe si hasta lo harían vizconde ó marqués, como otros tantos «bolicheros» enriquecidos en América!...

Mi tía iba algunas veces a C *, la ciudad más próxima al Zarzal. Pero como yo deseaba ardientemente acompañarla, no me llevaba nunca. Los únicos acontecimientos de nuestra vida eran la llegada de los arrendatarios que venían a pagar censos y arrendamientos y las visitas del cura. ¡Oh, qué excelente hombre era mi cura!

Por toda la provincia tenía esparcidos sus dominios el Marqués, en forma de arrendamientos que allí se llaman caseríos, y a más de la renta, que era baja, por consistir el lujo en esta materia en no subirla jamás, pagaban los colonos el tributo de los mejores frutos naturales de su corral, del río vecino, de la caza de los montes.

Hacía muchos años, muchos en los tiempos que el tío Tomba, un anciano casi ciego que guardaba el pobre rebaño de un carnicero de Alboraya, iba por el mundo, en la partida del Fraile, disparando trabucazos contra los franceses , estas tierras fueron de los religiosos de San Miguel de los Reyes, unos buenos señores, gordos, lustrosos, dicharacheros, que no mostraban gran prisa en el cobro de los arrendamientos, dándose por satisfechos con que por la tarde, al pasar por la barraca, les recibiera la abuela, que era entonces una real moza, obsequiándolos con hondas jícaras de chocolate y las primicias de los frutales.

¡Hablar de arrendamientos y de pagas en aquel sitio, cuando entre actores y espectadores se había consumido el aguardiente á cántaros!... Batiste se sintió inquieto. Le pareció que pasaba de pronto por el ambiente algo hostil, amenazador. Sin gran esfuerzo hubiera echado á correr; pero se quedó, creyendo que todos le miraban á hurtadillas.