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Otra vez el español de la tienda se vio apremiado por los llamamientos de aquellos señores, que pedían toda clase de artículos de escritorio, como si estuviesen en una oficina. Sólo pudo ofrecerles una ampolleta de tinta clarucha y una pluma roma.

La dulce voz de la niña le hizo estremecer. Contemplóla con un respeto y una sumisión que no le había inspirado jamás, y apremiado por su mirada interrogadora, replicó: Está muy bien el padrino, querida. Ella le tendió la frente esperando un beso, y el pobre muchacho se inclinó y le besó la mano con noble acatamiento.

Vamos hasta los bulevares me dijo tomándome por un brazo. Deseo que me acompañes y ya es casi de noche. Caminaba de prisa y me arrastraba como si estuviese apremiado por la hora. Tomó por el camino más corto, atravesó las alamedas desiertas y me llevó derecho al lugar en que se acostumbraba pasear durante el verano al caer la tarde.

Cuando hubo cesado la señorita y la hubieron colmado de aplausos, del centro del patio salieron algunas voces diciendo: Ahora, que cante don Alejandro. El clérigo se excusó diciendo que no tenía bien la garganta; pero, apremiado por el concurso, entonó al fin con voz engolada de tenor el Spirto gentile, arrastrando las notas y desfigurándolo hasta convertirlo en empalagoso canto de iglesia.

Peñálvez cavaba sin darse cuenta de lo que hacía... Y la Pepa dijo: El asado ya va a estar... Apremiado por esta advertencia, el Chucro se plantó con su carabina a pocos pasos de su víctima, cuidando sin embargo, de no ponerse al alcance de la pala, y le gritó: ¡Apúrate más, maulón!... Apresurose nuevamente Peñálvez, aunque sin terminar todavía...

Pero apremiado por Monteverde las ratificó Miranda el 25 de Julio de aquel año, el de 1812, quedando la Confederacion, conforme á las capitulaciones, asi como el armamento y demás objetos militares en poder del general español bajo garantia de respeto á las personas, cualesquiera que hubieren sido su conducta y opiniones durante la revolucion.

Muchas veces renovó a Juan Pablo sus pagarés, y últimamente le había apremiado con cierta acritud. Rubín condensaba sus sentimientos respecto al prestamista en esta frase: «Pagarle y después romperle la cabeza». Desde que le veía en las mesas de enfrente, sentía una desazón profundísima, mal de estómago y como ganas de enfadarse.

Los espectadores, contagiados por los del juego, se pasaban de mano en mano los jarros pagados á escote, y era aquello una verdadera inundación de aguardiente, que, desbordándose fuera de la taberna, bajaba como oleada de fuego á todos los estómagos. Hasta Batiste tuvo que beber, apremiado por los del corro.

Tirso esquivó la respuesta cuanto pudo, y al fin, apremiado por la insistencia de don José repuso: No, no hace falta que nadie se moleste: no quiero sino dar una vuelta por cualquier parte, tomar el aire un rato. Al cerrar la noche se fue sin preguntar nombre alguno de calle, como quien ya sabe dónde se propone ir y se obstina en ocultarlo.