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Dijo; y afectando la gravedad de un Mecenas, miróme el Duque de Cantarranas con expresión de superioridad, no sin hacer otro gesto nervioso que parecía hundirle la nariz, romperle la boca y rasgarle el cuero de la frente, de su frente olímpica en que resplandecía el genio apacible, dulzón y melancólico de la poesía sentimental. Aquello me turbó. ¡Tal autoridad tenía para el prócer insigne!

Tiene que ser un chiquillo, porque si no le retuerzo el pescuezo a lo que venga. Ya le he encargado a Nucha que se libre bien de traerme otra cosa más que un varón. Soy capaz de romperle una costilla si me desobedece. Dios no me ha de jugar tan mala pasada.

EUSTAQUIO. ¡Estos sentimientos le honran! ¡Nunca se debe buscar camorra al prójimo! Lo que se debe hacer es aprovechar las ocasiones que éste le ofrezca a uno para romperle las narices. ¡Eso es todo! EL VIZCONDE. ¡Usted hará de juez, caballero!

Te advierto todo esto por si puedes hacer algo por esa pobrecita, que será capaz de entregarse atada de pies y manos al bribón de su marido, si no hay alguien que la aconseje. Si sirvo yo para algo, incluso para romperle un esternón a Jacobito...».

Su desaplicación, mayor a cada instante, desesperaba al pobre presbítero: la tinta le servía a Perucho para meter en ella la mano toda y plantarla después sobre el silabario; la pluma, para arrancarle las barbas y romperle el pico cazando moscas en los vidrios; el papel, para rasgarlo en tiritas o hacer con él cucuruchos; las arenillas, para volcarlas sobre la mesa y figurar con ellas montes y collados, donde se complacía en producir cataclismos hundiendo el dedo de golpe.

El viajero quedóse un momento mirando aquella cifra angustiosa, y apretando el lápiz entre sus blancos dientes, hasta romperle la punta, apartó al fin los ojos como asustado, para fijarlos en el golpe de vista más admirable que puede ofrecer la inmensa Babilonia de París.

Trataba de observar con más escrúpulo que nunca aquella especie de pudor que sienta tan bien á los verdaderos sentimientos; pues no ganaba nada: era sospechoso de poesía. Se me atribuían quimeras novelescas, para tener el placer de combatirlas, poníaseme en las manos no qué arpa ridícula, para proporcionarse la diversión de romperle las cuerdas.

Si pensaba resistirse y huir por segunda vez, mejor sería para él embarcarse de grumete y olvidar que tenía padre, pues al verle regresar a la alquería, Pep era capaz de romperle las dos piernas con la tranca de la puerta.

Iba Cabeza Negra á repetir el golpe, cuando sintió su muñeca cogida como con unas tenazas de hierro y vió á su lado á Tristán, el hercúleo arquero, que doblando hacia atrás el cuerpo del normando, haciendo gala de su increíble fuerza, acabó por romperle el brazo y tenderlo cuan largo era sobre las tablas del puente.

¿En qué, demonios, te ocupas, sobrina? Tiro mis hombrecillos por la ventana, tío respondíle, aproximándome al alféizar, del que había permanecido retirada para arrojar con mayor fuerza mis proyectiles. ¡Vaya un motivo para romperle a uno la cabeza! Os pido perdón, tío, pero no os había visto. ¿Que te has vuelto loca repentinamente? ¿Por qué rompes así tus chucherías?