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Actualizado: 16 de junio de 2025
Elena sacudió la cabeza riendo a carcajadas. En el amplio comedor se habían colocado dos mesas a las cuales se sentaron más de cincuenta invitados. A los postres se desbordó un río de champagne y otro río aún más caudaloso de brindis en prosa y verso. Los desdichados novios quedaron por más de una hora sumergidos entre ellos. No faltó al cabo una mano caritativa que los sacó de aquel abismo.
Al ver a la joven, apoyada en el brazo de Delaberge que iba atento y sonriente, Simón pareció sentir una impresión desagradable. Se oscureció su rostro y con una gran frialdad saludó de nuevo al inspector general. Pasaron todos al comedor y se sentaron a la mesa. Comenzó la comida en medio de un frío malestar.
Ambos se sentaron a su lado y la atosigaron a requiebros y atenciones. El uno le pedía el abanico, el otro el pañuelo. Los dos procuraban atraer su atención sacando conversaciones divertidas, lisonjeando su orgullo por todos los medios que podían. En honor de la verdad hay que confesar que, aunque Ramoncito era mucho más profundo y político, la conversación de Cobo era más amena.
Su brazo, que no debía de tener más que el hueso seco, se extendía oscilando con lúgubre cadencia. Su mano empuñaba una rama de acacia, para espantar con ella las moscas que molestaban a Nazaria. Gracián y el otro clérigo se sentaron después de saludar a la enferma con mucho interés.
Katel, Lesselé y Luisa entraron en seguida llevando una enorme sopera que humeaba y dos suculentos asados de vaca, que depositaron en la mesa. Todos se sentaron sin ceremonia, Materne a la derecha de Juan Claudio y Catalina Lefèvre a la izquierda.
En la segunda capilla del Norte, la más obscura, don Fermín distinguió dos señoras que hablaban en voz baja. Siguió adelante. Ellas quisieron ir tras él, llamarle, pero no se atrevieron. Le esperaban, le buscaban, y se quedaron sin él. Va al coro dijo una de las damas. Y se sentaron sobre la tarima que rodeaba el confesonario, sumido en tinieblas. Era la capilla del Magistral.
Siempre has sido notable en estas cosas. Pero la señora estaba preocupada por la tardanza de su hijo menor y no podía contestar. ¡Este Rafaelito...! La una y cuarto y no viene. ¡Habrá que empezar sin él...! Visanteta, la sopa. Todos se sentaron.
Fuéron restituidas á Candido y á Cacambo las armas que les habian quitado, y con ellas los dos caballos andaluces; y Cacambo les echó un pienso cerca de la enramada, sin perderlos de vista, temiendo que le jugaran alguna treta. Besó Candido la sotana del comandante, y se sentaron ámbos á la mesa. ¿Con que es vm. Aleman? le dixo el jesuita en este idioma. Sí, padre reverendísimo, dixo Candido.
Beatriz e Inés volvieron a entrar en la habitación y se sentaron junto al brasero, una enfrente de otra. ¡Qué precipitación de viaje! dijo doña Beatriz sencillamente. ¿Estará enfermo Paco? exclamó Inesita . Tal vez llame porque esté enfermo y Braulio no nos lo haya querido decir. No lo creas, Inés contestó doña Beatriz . Braulio no sabe ocultarme nada.
El sol se había puesto dos horas antes y la noche era calurosa como un día de verano. Los dos esposos se sentaron juntos en un banco rústico a orillas del mar. La luna no había aparecido aún en el horizonte, pero las estrellas fugaces cruzaban el cielo en todas direcciones, y las olas iluminaban la playa con sus fosforescencias. Don Diego aun estaba aturdido por la noticia que acababa de oír.
Palabra del Dia
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