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Actualizado: 28 de junio de 2025
Preso sea el malsin que tal se alaba; pues aunque él se bendice, en mal acaba. . . . Acechador violento en las aldeas cual oso hambriento embiste al inocente: sus ojos, sin temer que tú los veas, atalayan, cual leon de lo eminente de su gruta, á las míseras plebeas gentes que asalta audaz cuanto inclemente, pues lisonjeando hipócrita, abatidos coge en la red, rebaños de afligidos
Nada tendria de estraño que, despues que estos fueron espulsados de España, los que quedaron ocultos con el nombre de cristianos por haber recibido forzadamente el agua del bautismo, viendo el envilecimiento en que estaban tenidos los que venian de conversos, fingiesen ese documento i esparciesen esas noticias para levantar su estirpe, lisonjeando de este modo los afectos del vulgo, de los hombres doctos, i aun de sus mismos perseguidores i enemigos.
La opinión general fue que el señor de Maurescamp se había mostrado feroz e implacable, para con un hombre que no tenía más crimen, según se creía, que el haber dado lecturas con su mujer. Estos rumores y apreciaciones de las gentes, tranquilizando la vanidad del barón y lisonjeando su orgullo, contribuyeron a la reconciliación de los esposos.
Se dedicó al adobo de pieles en ámbar con que hacer guantes , á la preparación de perfumes y aun de mondadientes, lisonjeando la vanidad incurable con ejemplos de mayor desventura. «Dionisio el tirano, habiendo perdido su reino, dió en ser maestro de escuela por pasar la pérdida mejor con oficio en algo semejante de mandar y castigar; él daba en maestro de plumas por conservar los dientes para morder como herido .
El amor que Angelina me inspiraba no era ese que nos promete dichas y venturas, lisonjeando nuestra vanidad, halagando nuestro orgullo, y despertando risueñas esperanzas; ni ese otro abrasador, apasionado, que nos encadena a las plantas de soberbia beldad, sumisos a su capricho, esclavos de su hermosura, desesperados si nos desdeña, locos de felicidad si nos favorece con una sonrisa.
Ambos se sentaron a su lado y la atosigaron a requiebros y atenciones. El uno le pedía el abanico, el otro el pañuelo. Los dos procuraban atraer su atención sacando conversaciones divertidas, lisonjeando su orgullo por todos los medios que podían. En honor de la verdad hay que confesar que, aunque Ramoncito era mucho más profundo y político, la conversación de Cobo era más amena.
Palabra del Dia
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