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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Nuestro don Gil reflexionó que el finado le había pedido muchas gollerías; que podía entrar en la fosa común sin asperges, responsos ni sufragios; y que, en cuanto a ropaje, bien aviado iba con el raído pantalón y la mugrienta camisa con que lo había sorprendido la flaca.
Me alegro, hombre, me alegro... A ver, toma, cógele... Bien que tú no puedes, porque estás ocupada... Tú, Chisco, cógele ese candelero que trae en la mano... Vaya añadió mirando alternativamente al Cura y al hombrón del otro banco , aquí le tenéis ya: éste es mi sobrino Marcelo, el hijo de mi difunto hermano Juan Antonio. ¿Eh? ¿Qué tal? ¿Qué hay que pedirle en estampa ni en ropaje?... Mira me dijo a mí , estos señores vienen a visitarte...
Estas innobles guerrillas que dirige y exacerba el hambre, ó cuando mucho, la ambición de mando ó de destinos, no puede sufrirlas un día y otro día ningún hombre que aprecie en algo su hidalguía y sienta aún el rubor de su dignidad calentarle las mejillas cuando una torpe lengua ó una envenenada pluma le hieren en el sagrario de su honra; que ésta no transige, ni ser puede más que una, ora se albergue bajo el burdo ropaje del campesino, ora bajo los bordados ostentosos del hábito de un magnate.
Los mismos collares la adornaban; pero vestía un ropaje menos haraposo y siniestro que el de aquella tarde, junto a La Encarnación. Era la anciana a que él llamaba en su recuerdo: la hechicera. ¿No vos fizo daño, ayer noche, el clavel? preguntó la mujer, mirándole en el rostro con azucarada sonrisa. Luego, misteriosamente, bajando la voz: ¡Si la vieses tú! Es la hembra más hermosa de Castiella.
Con este desencanto sobre su alma, y envuelto en el burdo ropaje de sus mayores, con el que, si no iba elegante, andaba sumamente cómodo, echóse á ver lo que le faltaba; empresa que consumiremos, en la imposibilidad de seguir al mayorazgo paso á paso y en cada una de sus impresiones.
El aspecto de la habitación, tan austero que rayaba en lo pobre; su puerta y las inmediatas, cerradas con llave; aquel hombre extenuado, envuelto en un ropaje burdo y desaliñado, sobre el que destacaban la cara lívida, de ojos hundidos y relucientes, y las manos cadavéricas; aquella alacena de fondos negros, y en otro fondo de ella, más negro aún, una caja de hierro oculta por una trampa más o menos ingeniosa; una luz tétrica iluminando la estancia, y fuera de ella los bramidos del huracán, me estaban pareciendo en conjunto un pasaje de melodrama, en el cual desempeñaba yo un papel de galán joven, protegido del desalmado usurero, por uno de esos incomprensibles antojos del corazón humano.
La montaña, desde que yo no andaba por ella, había cambiado mucho de aspecto: los robledales que dejé bastante bien vestidos todavía, aunque con el ropaje mustio y amarillento, se hallaban completamente desnudos, y lo mismo les pasaba a las hayas y a los arbustos de «hoja mudable». El suelo estaba «deslavado»; la yerba de las brañas, tendida y atusada como el pelo de una cabeza recién sacada del agua, y era cada hondonada un torrente.
Al buen fraile se le importaba una higa del aspecto de su figura... Ramiro consideró la fuerza de aquella dicha superior que así se burlaba de todas las vanidades del hombre. Vio llegar después una mujer vieja y espigada, la nariz corva, morena la tez, la mirada abstraída. Su negro ropaje andrajoso estremecíase en el céfiro como un libro quemado.
El general Estrakenz murmuró Sarto, haciéndome saber así que me hallaba en presencia del más famoso veterano del ejército de Ruritania. Detrás del General se hallaba un hombrecillo que vestía amplio ropaje rojo y negro. El Canciller del Reino murmuró Sarto. El General me saludó con algunas leales palabras y en seguida me presentó las excusas del duque de Estrelsau.
Estaban cerradas todas las puertas; el gabinete envuelto en las tintas pálidas del ocaso; los brillos de las sedas y el relucir de los metales amortiguados por la creciente sombra; la luz escasa parecía aumentar las distancias robando la forma a los objetos, y la mancha negra del ropaje del cura junto a la esbelta figura de Margarita, parecía absorber toda la claridad que penetraba por el ancho hueco del balcón.
Palabra del Dia
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