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Mi presencia te deshonra. Al decir esto se puso en pie, pero Reynoso la retuvo por una mano y la obligó a sentarse. No, no marcharás. Una mano invisible y todopoderosa te ha traído de nuevo a mis brazos. Acepto ese don como los acepto todos. Hoy era feliz; mañana lo seré también porque ¡nadie, nadie en este mundo puede hacerme ya desgraciado! Nunca te ha dejado mi corazón, Elena.

Reynoso, sin pasar delante de ella como tenía por costumbre, quiso abrir la puerta de madera que comunicaba con el bosque, pero antes de hacerlo lo divisaron los chicos del jardinero que volaron hacia él dando chillidos penetrantes. Quedó un instante inmóvil y una sonrisa de alegría iluminó su semblante enfoscado. Las palomas habían tenido menos suerte. ¿Qué queréis? preguntó fingiéndose serio.

Me paece a , tío Leandro dijo el imprudente Felipe , que nuestro amo no se va de buena gana, porque aquí bien se regala... Pero como la señora es tan amiga del lujo... ¿Qué dices? exclamó Reynoso levantando vivamente la cabeza y encarándose con el zagalón. Este se puso pálido y balbució miserablemente: Es lo que tengo oído por ahí...

Mientras tanto Reynoso y Elena, Escudero, doña Eugenia y Araceli, todos los parientes en suma del afortunado autor recibían alegrísimos las enhorabuenas de los amigos y conocidos. Elena había tenido en el entreacto la visita de algunos, entre ellos de Gustavo Núñez, quien sólo permaneció a su lado algunos instantes grave y ceremonioso.

, he venido desde Madrid... Ya te explicaré... Seguid andando, que yo os alcanzo en seguida, porque está amarrado ahí cerca. Siguieron, en efecto, a paso lento el camino que ceñía el muro. Reynoso aprovechó la ocasión para darles brevemente noticias de su amigo. Por lo demás terminó diciendo Barragán es de los hombres más honrados que he conocido.

Reynoso la miró prolongadamente con ojos escrutadores. Está bien, hija mía; ya que quieres a todo trance que te hable con franqueza, y ya que veo que no tienes ese empeño en vivir en Madrid que yo imaginaba, te lo confesaré... No dejo el Sotillo con placer. Aquí he nacido y me he criado y aquí y en todas partes donde he vivido la soledad ha sido mi fiel compañera.

Cuando sólo contaba cinco años falleció su madre y aún no tenía doce cuando quedó también huérfano de padre. Este tenía una hermana casada con don Ramón Escudero y a este encomendó por testamento la tutela de su hijo. Escudero había sido cuando joven, primero criado, luego cobrador y más tarde dependiente y hombre de confianza del padre de Reynoso.

Por no regresar con ellos a Madrid prefirió quedarse a comer en la casa y partir en el tren que debía pasar a las nueve de la noche. En cuanto a Barragán, fue instado para que pernoctara allí, pero no aceptó. A la hora de obscurecer montó de nuevo a caballo y la emprendió hacia Villalba, donde pensaba dormir. Reynoso quedó haciendo comentarios alegres.

¡, , huyamos! exclamó Elena apretando sus labios con frenesí contra los de su esposo. Pero repentinamente quedó inmóvil con los ojos extáticos. ¿Y Clara que llega mañana? ¿Clara? preguntó Reynoso en el colmo de la sorpresa. Entonces su esposa le dio cuenta de la desgracia que sobre aquélla pesaba y de la firme resolución que había manifestado de alejarse para siempre de su marido.

¡Pero hombre, parece mentira que con ese aspecto tremendón y esas barbas tengas miedo de tus hijastros! Es que no los conoces, Germán. ¡Mis hijastros son dos gauchos, dos leopardos! ¡Pero pareces un tigre! repuso riendo Reynoso. Mientras esto sucedía en las afueras del parque, dentro de él Tristán llevaba a cabo un gravísimo descubrimiento.