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Actualizado: 27 de julio de 2025


Los comensales se levantaron y se distribuyeron por los salones. Reynoso se acercó a su cuñado, le pasó un brazo por la cintura y le llevó al hueco de un balcón. Dentro de un rato le dijo , cuando yo te haga seña, podéis bajar. El coche estará a la puerta enganchado.

Mientras Tristán y Reynoso departían de esta suerte, el paisano Barragán, sorprendido y asustado de aquellas filosofías, miraba a uno y otro interlocutor, haciendo rodar sus ojos feroces, encarnizados, de un modo tan odioso que Elena, al tropezar con ellos, sintió un escalofrío correr por todo su cuerpo.

No tendría nada de extraño que esto fuese una disculpa y que el motivo real estuviera en su invencible temor al contagio, porque nunca le habían satisfecho las aptitudes antisépticas de los señores de Reynoso. Las aspiraciones heráldicas de Araceli hallaron inmediatamente digno objetivo en la persona del joven marqués.

Elena se inclinó al oído de Clara para decirle muy bajo: ¿No te he dicho yo que era un lobo? ¡Mira qué pronto le ha conocido Tristán! Clara llevó el pañuelo a la boca para no soltar la carcajada. No tanto, Tristán, no tanto replicó Reynoso . Existe mucho egoísmo en el mundo, pero existe también mucho amor. Los hombres amamos más de lo que pensamos.

Estas palabras causaron un frío singular en el corazón de Reynoso. Vagamente adivinó una desgracia mayor que la enfermedad, mayor que la muerte misma, y quedó paralizado sin osar decir otra palabra. Siguió dócilmente a sus amigos, cuyas caras largas, contristadas, eran aún más inquietantes que las palabras de Tristán. Fuera de la estación les esperaba el landau de Escudero.

En cambio en el dulce y grave semblante de Clara no tardó en señalarse la inquietud y el tedio que tanta charla frívola, tanta frase picante le producían. Reynoso había hecho colocar la mesa para almorzar en una isleta que había en el centro de una de las dos charcas que en la gran finca adquirida por él y agregada al Sotillo existían.

Al cabo se dejó caer de nuevo en el diván, se llevó las manos al rostro y se puso a llorar. ¡Hija mía, no llores! exclamó Reynoso conmovido.

Enfrente había una casa de reciente construcción que hacía contraste con las del resto de la calle, casi todas viejas. ¡Ahí dentro están! dijo en voz baja apuntando hacia ella. Reynoso levantó los ojos y volvió a bajarlos rápidamente. Barragán pidió unos vasos de vino.

Hecho lo cual entre siete y ocho de la tarde marchaba dignamente la elegante sociedad a prepararse con recogimiento para los emparedados y las tonterías de los miércoles de otra no menos amable señora. La institución de estos martes, por venerable que fuese, no había encontrado eco simpático en el corazón de Reynoso.

El tío Leandro dio un profundo y amenazador chupetón al cigarro, y se disponía a disparar una de sus granadas formidables para reducir al silencio a aquel zángano, cuando no muy lejos de allí sonaron dos tiros. ¿Cómo? exclamó Reynoso levantando súbito la cabeza . ¿Un cazador furtivo? ¡Quiá! replicó un zagal . Es la señorita Clara. Bien tempranito pasó por aquí con los perros.

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