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Actualizado: 18 de mayo de 2025


Vio delante de todo el peligro a que voluntariamente se aventuraba, y no vio ventaja alguna en hacer recatadamente y a hurto de todos una visita a la linda viuda.

Tomó de una silla un paquete que había traído recatadamente envuelto en un pañuelo, y desdoblándolo, mostró la tela a la luz del velón. Ambas mujeres admiraron aquella hermosura; la calificaron de divina. Los ojos y el alma se les iban en pos de la tela. En suma, no pudieron resistir y aceptaron el obsequio. Juana quiso mostrarse más difícil y Juanita tuvo que ceder y que aceptar antes que ella.

El jefe supremo de los brahmanes, el sublime y venerando Balarán, alma de la conjuración, sabe lo que vales y solicita misteriosa y recatadamente tu auxilio. Para alcanzarle ha venido a Goa en tu busca el sabio brahmán Narada, confidente de Balarán, que ha hablado ya conmigo y que pide audiencia para hablarte.

Otrosí, hallose sobre una mesa que en el aposento había, una minuta o borrador de testamento; que en tanto que Cervantes peleaba con sus dudas y sus tentaciones, no sabiendo por cuál determinarse, si por Margarita su obligación cumpliendo, o por doña Guiomar contentando su amor, un notario que Florela había llevado recatadamente, el testamento de doña Guiomar había escrito, y su borrador, tal vez por descuido, tal vez porque doña Guiomar le examinase, allí había dejado.

El desdichado D. Gonzalo Gustios recibe en tanto lisonjeros agasajos de Almanzor y de sus allegados: la hermana del prepotente hagib, vencida de sus atractivos, le visita en su prision con frecuencia haciéndose recatadamente acompañar de sus esclavas; y de este amoroso comercio, cuyas dulzuras ilícitas va á castigar inexorable el cielo, nacerá un famoso bastardo , cuya historia no entra en nuestro cuadro.

Alegrósele, empero, el alma cuando, tan sin traición y tan obligado, dentro se vio de aquel jardín, por el cual, y por alguna comunicación que acaso encontraría fácil, podría llegar hasta las plantas de aquella que tan sin alma le tenía, y sorprenderla tal vez melancólica y pensativa a impulsos del encendido amor en que él anhelaba ardiese; y sin más detenerse, hollando silenciosamente la blanca y menuda arena, que entre flores y plantas formaba calles y laberintos, fue a dar en un corredor cubierto de enredaderas, y como allí hiciese oscuro, prosiguió a tientas, y a poco halló a diestra mano una escalera, al cabo de la cual, y no a mucha altura, dio en un corredor, que le llevó derechamente a una mampara, y abriéndola hallose más a oscuras que antes; pero por la luz que se dejaba ver en unos como resquicios de puerta, yendo a ella abriola recatadamente, y quedose como extasiado y suspenso, que en un rico camarín, sentada, de espaldas a él, delante, de un espejo de Venecia, descubrió a doña Guiomar, que, con el tesoro de sus dorados cabellos se entretenía.

: cualquiera que sea su clase, la Granadina resulta siempre aseñorada y sentimental, al propio tiempo que dulce, risueña y recatadamente voluptuosa. No chisporrotea en ella la sangre, como en las andaluzas oficiales de otras comarcas; pero su imaginación, sus nervios, la médula de sus huesos, los suspiros de su boca, son amor y sólo amor.....

Belarmino se aproximó al señor Colignon y le habló recatadamente al oído: ¿Recuerda usted que un día le dije: «ya daré, ya daré en el blancoPues ya he dado, ya he dado. La beligerancia es la madrona de la Grecia. El faraón crónico es lo más puerperal. He hallado la solera recreada. Traducido al romance: la adversidad es la madre de la sapiencia. Una crisis profunda es siempre fecunda.

¡Oh! ¡más horrible aún! exclamó Dorotea. Oye... Oye... el ruido tentador del oro me detuvo, me trastornó, me atrajo... y... me quedé inmóvil, pegado á la pared... cerca de aquella puerta... yo no sentía, no oía otra cosa que el ruido del dinero... y tras él me parecía escuchar tu llanto desconsolado... me parecía verte extendiendo tus bracitos... llamando á tu madre... ¡oh! ¡Dios mío!... yo no cuánto tiempo pasé de aquel modo... al fin aquella puerta... la puerta de la tienda se abrió y salió un hombre... la puerta se cerró y el hombre que había salido se alejó solo; yo le seguí... le seguí recatadamente... eran mis pasos tan silenciosos, que no podía oírme... era la noche tan obscura, que aunque hubiera vuelto la cabeza no hubiera podido verme... y una fascinación terrible, involuntaria, me acercaba más á aquel hombre... de repente aquel hombre dió un grito y cayó de boca contra el suelo... al caer se oyó un ruido metálico... el de un saco de dinero... luego se oyó crujir de nuevo aquel saco, y otro hombre dió á correr... el que había caído no volvió á levantarse... el otro no volvió á pasar jamás por aquella calle... tres días después estabas en las Descalzas Reales... porque yo... yo tenía oro... mucho oro... yo era rico... y podía criar bien á mi hija.

No acertaremos a explicar con qué arte diabólico Tiburcio había averiguado que al anochecer del día anterior dos gentiles damas, conocidas suyas, habían llegado a Cintra muy recatadamente, y habían ido a instalarse en una hermosa casa de campo que allí poseían los señores Adorno y Salvago.

Palabra del Dia

condesciende

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