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Tan conforme estoy contigo en lo esencial dijo Morsamor que tu sermón es inútil porque predicas a un convertido. Antes que todo y sobre todo yo quiero gloria y harto sabes cuan dispuesto y apercibido estoy a buscarla. Concertado lo tengo todo con los ricos mercaderes genoveses Gabriel Adorno y Gaspar Salvago.

A Fray Juan le proporcionó recursos suficientes para socorrer a sus más desvalidos catecúmenos y fundar un asilo piadoso, y al señor Vandenpeereboom, que tenía amplios poderes de los señores Adorno y Salvago, le compró la nave, pagándola espléndidamente, por una mitad más de su justo precio.

De aquí que los portugueses buscasen allí con afán aunque poco dichoso, las antiguas minas que el hijo de David había laboreado. Algo se detuvo en Sofala la pequeña flota, pero no tardó en zarpar para Goa. La nave de Morsamor no pudo seguirla. Tenía antes que ir a Melinda, a donde enviaban los señores Adorno y Salvago no pocos artículos de comercio.

Yo soy el capitán D. Pedro González de la Rivera, de cuya renta y condiciones ha escrito a su señoría mi amigo el banquero genovés Jusepe Salvago, y de cuyos altos hechos de armas en Portugal, en Flandes, en Italia y en el remoto Oriente le han dado noticias otras varias personas muy respetables.

La llave del desván quedó en poder de las sirvientas de los señores Adorno y Salvago, para que pusiesen en franquía a la vieja Claudia y a los señores Carvallo y Acevedo, a las tres horas de haber salido de la quinta Morsamor y su acompañamiento. La nave que mandaba Morsamor era grande y capaz y él podía tripularla a su antojo. Con holgura, pues, instaló en ella a su gente.

Y para disipar escrúpulos diré que aunque esta nave se hunda en la mar con toda la riqueza que contiene, si se hunde con gloria y con la conveniente y debida resonancia, los señores Adorno y Salvago saldrán ganando y no perdiendo.

Si a nosotros nos hacen trizas y si descendemos al fondo del mar a que los peces nos devoren, los señores Adorno y Salvago se afligirán o supondrán que se afligen, pero ya tienen echadas sus cuentas y hechos sus cálculos y sabrán poner alto precio a nuestro heroísmo, impetrando de Su Alteza Fidelísima honores, mercedes y privilegios muy provechosos.

No acertaremos a explicar con qué arte diabólico Tiburcio había averiguado que al anochecer del día anterior dos gentiles damas, conocidas suyas, habían llegado a Cintra muy recatadamente, y habían ido a instalarse en una hermosa casa de campo que allí poseían los señores Adorno y Salvago.

Acaso salgamos bien de la empresa, y harto se comprende el provecho y la gloria que de ello nos resultarían. Si somos vencidos, si las fustas de Aga Mahamud echan a pique nuestra nave ¿qué le hemos de hacer? Morir tenemos, como dicen los cartujos, y lo mismo es hoy que mañana. Yo aquí, como apoderado comercial de los señores Adorno y Salvago, sólo debo mirar por sus intereses.