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Actualizado: 18 de mayo de 2025
Desde que estaba en él, le espiaba, le estudiaba y le seguía recatadamente los pasos. Prevalido además de su posición de alcalde, interceptó la carta que acabamos de poner aquí, la abrió y la leyó. El maestro se desconsoló con aquella lectura e imaginó que al chico le faltaban por lo menos dos o tres tornillos en la cabeza.
Después de varios chascarrillos, y en un momento de reposo y silencio, el señor Chapaprieta dijo recatadamente, como para su sotana: «Parece confirmado que Su Santidad concede un título pontificio a los señores de Neira.» Estos señores de Neira eran un matrimonio sin hijos, riquísimos, muy metidos por la Iglesia. El marido presumía de origen hidalgo. Vivían en un palacio, frontero al de Somavia.
Esta, pues, hermosa y mora, en lengua aljamiada, asiendo a Costanza y a Auristela de las manos, se encerró con ellas en una sala baja, y, estando solas, sin soltarles las manos, recatadamente miró a todas partes, temerosa de ser escuchada, y, después que hubo asegurado el miedo que mostraba, les dijo: ¡Ay, señoras, y cómo habéis venido como mansas y simples ovejas al matadero! ¿Veis este viejo, que con vergüenza digo que es mi padre, véisle tan agasajador vuestro?
Llamaron por segunda y tercera vez con insistencia, y se oyó una voz de mujer que dijo recatadamente detrás de la puerta: ¡Señora! ¡señora! ¡por amor de Dios! ¡oíd, si no queréis que suceda una desdicha! La condesa se acercó á la puerta. ¿Qué sucede, Josefina? dijo. El señor conde de Lemos acaba de llegar á la quinta y pregunta por vuecencia. ¡Ah! ¡mi marido! dijo la condesa.
Dio nuestro mozo en el claustro o patio de los Naranjos tras la silla, pero recatadamente y sin dejarse sentir de los que la conducían y resguardaban, y vio que, llegada la silla a la puerta del Perdón, allí se detenía, y se abría la portezuela, y salía la dama, toda rebozada, pero tan gallarda, que si empeñado iba ya por la mano Miguel, arrebatósele el alma a los espacios imaginarios a la vista de todo el cuerpo, aunque le encubriese y un tanto le dificultase el cumplidísimo manto de raja de Florencia.
La Inquisición envió sus alguaciles para que recatadamente observaran aquella casa que de tan antiguo tenía fama de maldita, y viesen lo que eran sus nuevos habitantes; y los alguaciles declararon lo que ya se sabía, esto es, que la dama iba todas las mañanas a misa de alba a la catedral, y que la oía con recogimiento; que se volvía luego a su casa; que la puerta, y las ventanas, y los miradores permanecían cerrados, y que no se oía dentro ruido alguno; que la casa del duende parecía encantada, y que sólo por un postigo del jardín salían muy temprano seis negros esclavos, que iban a la plaza de la Encarnación y volvían con seis grandes cestones llenos de vituallas; que, en fin, los pocos criados que salían de la casa eran serios y pálidos como desenterrados, y que si bien bebían cuando los convidaban, hablaban poco y muy pensado, y no se les sacaba ni una sola palabra con referencia a su señora.
Palabra del Dia
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