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Actualizado: 20 de junio de 2025
En la penumbra de aquel lugar casi subterráneo, en el hacinamiento de vejestorios retirados por inservibles y entregados a las ratas, la pata de una mesa parecía un brazo momificado, la esfera de un reloj era la faz blanquecina de un muerto, y unas botas de montar carcomidas, asomando por entre papeles y trapos, despertaban en la fantasía la idea de un hombre asesinado y oculto allí.
La espada había penetrado torcida, atravesando al toro y asomando su punta por uno de los costados, junto a una pata delantera. Todos gesticulaban y braceaban con aspavientos de indignación. ¡Qué escándalo! ¡Aquello no lo hacía ni un mal novillero!...
Yaguaí no estaba allí. Yaguaí avanzó por éste, no obstante; y un momento después lo mordian en una pata, mientras rápidas sombras corrían a todos lados. Yaguaí vió lo que era; e instantáneamente, en plena barbarie de bosque tropical y miseria, surgieron los ojos brillantes, el rabo alto y duro, y la actitud batalladora del admirable perro inglés.
No es viejo, no... Es de cuando Fernando VII gastaba paletot... Pero, en fin, si se ofende, me callo... Sr. de Ponte, sabe que se le quiere, y que si gasto estas bromas es por pasar el rato. No haga usted caso, maestro, y hablemos de otra cosa. Sus chanzas son un poco impertinentes dijo Frasquito con dignidad , y si quiere, irrespetuosas... Pero es usted un chiquillo, y... ¡Pata!... Ea, se acabó.
Sin embargo, cuando salió a la plaza el quinto toro, lo primero que encontró fue el capote de Gallardo. ¡Qué animal! Parecía distinto al que él había escogido en los corrales la tarde anterior. Seguramente habían cambiado el orden en la suelta de los toros. El temor seguía cantando en los oídos del torero: «¡Mala pata!... Me coge; hoy salgo del reondel con los pies pa alante...»
Ahora se encogía, desobedeciendo su voluntad, con el instinto torpe de ciertos animales que se contraen y ocultan la cara, creyendo evitar de este modo el peligro. Sus antiguas supersticiones aparecieron de pronto aterradoras y obsesionantes. «Tengo mala pata pensaba Gallardo . Me da er corazón que el quinto toro me coge... ¡Me coge, no hay remedio!»
Había que meterla por las bocas de las madrigueras con un cordel en la pata, para tirar de ella cuando se quedaba dormida, ebria de sangre. El Mosco, sin dejar de hablar, sacaba del bolsillo un pedazo de queso, colocábase un pellizco de él entre los labios, y la bicha lo devoraba con grotescas contorsiones. Pero ¡qué rica!
Así, cuando Orestes llegó a la casa de su antiguo Pílades, llevaba su alma en tal estado que sin abusar de la metáfora puede decirse que rugía en ella una tempestad furiosa. Sacudió violentamente el cordón de la campanilla, sin fijarse en el hecho de que la pata de liebre de la calle de San Nicolás se había trocado en pata de ganso.
No todos los días nos pide el cuerpo juerga. ¡Dejarme; ya tengo esa niña sentada en la boca del estómago! exclamó el majo apurando una caña. ¿Lo ves, Joseliyo, lo ves cómo toda la vida has de meter la pata? dijo Paca con enojo á su consorte.
Aquello no podía ser de peor pata. ¿Era que deseaban su muerte?... Y la pobre mamita, aterrada por los tétricos pronósticos del torero y su vehemente enfado, intentaba sincerarse. ¿Cómo iba ella a pensar en eso? Era una pobre que necesitaba ganarse una peseta para los pequeños. Había que tener buen corazón y dar gracias a Dios porque se había acordado de ellos, librándolos de miserias iguales.
Palabra del Dia
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